Estimado Juan José:
La palabra populista en su concepción más universal es la afición que alguien muestra frente a lo popular, especialmente en temas relacionados con el arte y cuando es usada en política se refiere a quien dice poseer una inclinación por buscar la defensa de los intereses y aspiraciones del pueblo. Proviene de un movimiento ruso conocido como narodnismo que en el fondo interpretaba aquello de “ir hacia el pueblo”, cimiente de los movimientos democráticos de esa nación durante la segunda mitad del siglo diez y nueve. En la actualidad este vocablo se emplea de manera despectiva para definir a aquellas personas que abusan de lo mediático y superficial para conquistar adeptos.
A mi juicio son varias las razones por las cuales el populismo, como en nuestros días lo concebimos, vale decir como una forma demagógica de lograr el favor popular sin considerar necesario que las propuestas y soluciones que se ofrezcan tengan idearios claros o cimientos sólidos, ha florecido en las sociedades modernas debido, principalmente, tanto al deterioro que han sufrido las democracias representativas como las sociedades en sí mismas, las instituciones, las concepciones de ética y moral y a la acelerada intrusión en la vida comunitaria de lo que hoy llaman “las redes sociales”.
Es así como a diario se debe convivir con incómodas y dañinas muestras de populismo que aparecen en prácticamente todas las manifestaciones con que el hombre tiene contacto durante su rutina de vida, como lo son la publicidad, las “redes” ya citadas, los medios, la política, la educación, las intervenciones oficiales con que alegremente se despachan los dirigentes bien sea gremiales, sociales o políticos y tantas otras realidades de las cuales no se salva ni la tauromaquia, que por las causas anteriormente dadas y por algunas de otro corte que se dan en virtud de la actividad misma, también ha caído en este remolino que conduce al imperio de la superficialidad y la mediocridad.
No es nuevo en el ámbito de la tauromaquia referirse a algunos ejecutantes del rito como populistas. Sobre este punto y antes de continuar se hace menester aclarar que el toreo o el torero populista no deben confundirse con las manifestaciones no ortodoxas, o con las formas innovadoras o en una palabra con el arte creativo de la Fiesta, pues las tauromaquias que en ellas fundan sus raíces, según mi leal saber y entender, son válidas, más la tauromaquia populista no lo es dadas sus motivaciones y los fines que persigue. Para explicar la impureza del toreo populista, que en últimas no es nada diferente a la búsqueda del regocijo del gran público y no a la satisfacción del aficionado, por medio de trucos, mañas y efectos que le lleguen y lo alaguen pronto y sin mayor análisis, todos carentes de fondo, arte y profundidad y más bien amparados en la superficialidad y en la teatralidad, se hace necesario ir a las raíces del asunto. La realidad del arte de enfrentar un Toro cuenta, desde sus orígenes con unos principios básicos regidos, además de en la naturaleza y comportamiento del Toro, en un fundamento ético que tiene unas consecuencias técnicas y estéticas. En resumen y para no volver esto un tratado aburridor repleto de cánones y reglas, digamos que la idea esencial en la que se basan los principios del toreo son, en primer lugar, ayudar al matador a torear de la forma más segura posible, dado que está claro que el toreo no es un suicidio, pero sin sacarle ni una sola ventaja al toro. Es decir, enfrentar a la fiera con honestidad y verdad. Lo demás son “adornos a la media”. Recibe un abrazo de tu amigo El Fraile.
Añadido: Si el Estado fuera eficiente, sus instituciones diligentes y la justicia efectiva, que sencillo sería acabar con la violencia en las protestas ciudadanas. Con infiltrar las marchas y manifestaciones para identificar a los agitadores profesionales, deteniéndolos, entregándolos a los jueces quienes, simplemente aplicando el criterio de proteger a la sociedad de la violencia irracional los pondrían a buen recaudo por un buen lapso de tiempo, bastaría. Pero en esta Patria Boba eso es utópico. Priman la desidia y la impunidad. Se acude a una falsa y acomodada interpretación de la defensa de los derechos humanos individuales y se desconoce la obligación del estado de defender la vida, honra y bienes de los asociados.
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