Estimado Juan José:
Ahora que el mundo se encuentra en vilo por el devenir de Ucrania, nación que de haber sido en los siglos X y XI el Estado más grande y poderoso de Europa ha pasado a estar ad portas de ser recolonizado por la Rusia de Putin, apalancada en las ínfulas de grandeza de su presidente y apoyada en una renaciente voracidad que busca, a través del expansionismo salvaje, el resurgimiento de su perdida condición de imperio avasallador, proyecto que tienen los eslavos no solo en el continente europeo, pues con ocho satélites espías instalados en Venezuela y una cabeza de playa ya anclada en Chile, parece que las garras del oso apuntan también a nuestra América.
Macabros recuerdos tienen lo ucranianos de esas aciagas épocas de dominación comunista, trascurridas entre 1922 y 1991, cuando el pueblo ucraniano fue víctima de monstruosas limpiezas étnicas, como el Holodomor o muerte por inanición, entre los años treinta y treinta y tres del siglo pasado, donde perecieron entre tres y doce millones de personas y el idioma ucraniano fue prácticamente suprimido.
Recurro a esta siniestra introducción sobre Ucrania para que sirva, en esta época preelectoral, como recordatorio de algunos de los horrores a que conduce el ansia desenfrenada de poder político, económico y territorial de ciertos sistemas de gobierno y adicionalmente para tocar algo más amable y gentil para los sentidos, como es recordar que esa sufrida nación fue la cuna del torero Román Karpoukhine o Karpujin como lo escribe la prensa española, nacido en Járkov en 1967.
Román dejó junto con su familia su natal Ucrania para instalarse en Moscú, ingresando a la fuerza aérea en donde obtuvo el grado de capitán. Hizo parte, posteriormente, durante la era de la Perestroika, del cuerpo antiterrorista de la seguridad federal rusa.
En el año 1995 viajó a España, a Albacete concretamente, convirtiéndose en entrenador de baile deportivo y fue allí donde trabó amistad con el matador de Toros Manuel Amador quien lo interesó para que ingresara a la Escuela taurina de Albacete. Y fue precisamente su gran admiración por la tauromaquia y la persona de Juan Serrano, Finito de Córdoba, lo que lo llevó a ponerse el remoquete de Finito de Moscú.
Para continuar con su preparación ingresó posteriormente, en 1997 para ser más exactos, a la escuela Taurina de Barcelona y en la Plaza de esa ciudad debutó como novillero en el año 2000.
Si acaso el Ucraniano llegó a tener alguna notoriedad fue, para ser francos, más por el lado publicitario dado lo exótico de su origen dentro del medio del Toro, que por sus resultados profesionales; sin embargo lanzaba a los cuatro vientos la especie que de su cosecha eran dos pases, “el del barril” y “el de la campana”.
Como dato que corrobora lo anteriormente dicho es bueno saber que durante sus cinco años de carrera lidió siete novilladas y veinte festivales cortando, en total, dos orejas y un rabo.
Pero no ha sido Román el único exponente de la torería procedente de Europa oriental; también está la rejoneadora Lidia Artomónova, de quien hablaremos en otra ocasión. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: La gran prensa tanto escrita como hablada pronto acabará por convencernos que en Colombia jamás suceden cosas buenas. Como dicen los ingleses, es más fácil encontrar “una aguja en un pajar” que un informe amable sobre un suceso nacional positivo en los medios tradicionales. Que debe haberlos, pienso yo. ¿O será que en verdad todo, todo, absolutamente todo es malo?
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015