Por obvias razones no caigo en la trampa de creer que la democracia se reduzca ir a las urnas y depositar el voto. Pero sí creo que sea muy importante cumplir con este compromiso. Bueno, pero no quería empezar por ahí. Digo lo siguiente: en primer lugar, reconozco que nuestro régimen político, impuesto desde finales del siglo XIX, y que conocemos como democracia representativa, ha terminado por producir una gigantesca ola de desconfianza y desafección. En consecuencia, no podemos negar que existe un inevitable desgaste de la democracia electoral. Ejemplos muchos: el llamado Brexit en el Reino Unido, la decepción con el plebiscito por la paz en Colombia, la muy numerosa abstención de las elecciones en Chile, el inesperado triunfo de Trump en EE.UU., estos casos de evidencias empíricas ilustran el descontento de la mayoría de los ciudadanos.
Sin embargo, pese a todos estos males, tan propios de una democracia (que no de regímenes autoritarios), lo que en el fondo nos tiene que hacer pensar es que acudir a las urnas tiene como propósito central recuperar el valioso sentido de la institucionalidad y el profundo compromiso que tenemos con nuestro propio destino. Acudir a la cita del próximo domingo es reconocer que somos autores de nuestro propio destino. Tan solo por esto es importante salir el día de las elecciones a votar. En lo particular, no importa por quién, pero la democracia nos necesita.
Creo que salir con la cabeza en alto y depositar el voto, producto de una reflexión seria y juiciosa, por el candidato en quien queremos confiar para que gobierne este país, le da un valor supremo a la honestidad y a la sensatez, tan escasas en los últimos tiempos, máxime si reconocemos que muchos de quienes ejercen la política lo hacen con astucia, es decir, con habilidades para engañar y lograr de manera artificiosa sus propósitos particulares, mismos que por su práctica constante, terminan por pasar inadvertidos.
Me parece que las actuaciones de quienes gobiernan y, para el caso que nos ocupa por estos días de quienes aspiran a llegar a la Casa de Nariño, deben reflejar no solo responsabilidad en el cumplimiento de los compromisos expuestos en sus programas de gobierno, sino también actuaciones justas, equitativas y de máximo reconocimiento por sus gobernados, al fin y al cabo es a éstos a quienes les deben el privilegio de gobernar.
Nuestra democracia, hay que reconocerlo, a partir de la de 1991, cambió de manera significativa. Quizás su mayor valía está en la posibilidad de propiciar la participación de los ciudadanos y en su reconocimiento como sujetos de derechos y responsabilidades para con la sociedad toda. Creo que a esto es a lo que le debemos sacar el máximo provecho: participar de manera activa, actuando siempre con sindéresis con el propósito central de consolidar y fortalecer la democracia, a partir del respeto por la autonomía, la diferencia y la libertad.
Estoy convencido de que salir a votar el próximo domingo es un deber moral, resultado del entusiasmo que tenemos por sentirnos parte consustancial de un territorio y de una comunidad. Por supuesto, no hablo de una moral tenue, minimalista que, de ser así, pasaríamos a ser partícipes virtuales; no, me refiero a una moral densa, maximalista, comprometida con la transformación de este país.
¿Cuál sería la fuerza legitimadora de las votaciones del próximo domingo? Me parece que es el espíritu del compromiso activo, lo que conlleva organizarse, reunirse, demostrar-se y pensar-se juntos la clase de país que queremos y la clase de gobernantes que necesitamos. Por esto, creo, se caracteriza la política democrática, por mantener una ciudadanía activa, pensando siempre en que debemos dejar este país mejor de lo que lo encontramos. Por nuestros hijos y los hijos de éstos.
Insisto: votar es un deber moral con nuestra democracia.
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