Leonardo Haberkorn, un periodista uruguayo, renunció a las cátedras que dictaba en su universidad, dijo algo que viene a nuestro caso: “Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo”. A la periodista Adriana Villegas el serlo también le jugó en contra, pero por razones contrarias. Todo indica que ese entrenamiento no se da en la facultad que ella orienta, o si se da en aras de la libertad de enseñanza, es muy a pesar de su pensar y su carácter.
Pensando con el deseo, imaginé un diálogo “ideal” que no podía ser tal, porque se daría entre desiguales. La mirada vertical, desde la superioridad, falsea toda conversación, niega toda apertura. Nada puede quedar claro desde arriba, con una sola lente velada o los anteojos empañados, con interlocutores que desde la inferioridad, se verán más empequeñecidos aún. La mirada horizontal, lo primero que hace es humanizar. Y para lograrlo, es necesario mostrarse como humano y ver el lado humano del otro o los otros.
Leí en una curiosa página de internet titulada “Mente desbordada Mujer de 30 y más”, por Karenina y Mamá Rana, y me llamó la atención que el primero inicia diciendo que “el término humano se aplica a la persona que siente afecto, comprensión o compasión hacia los demás y se comporta digno y bueno con ellos. La verdad, agrega, es que ¿a quién le va interesar mostrar su lado “humano” cuando nadie se lo ha mostrado hacia el mismo?” La elemental claridad de estas frases ahorra cualquier reflexión filosófica.
Las tesis principales de la señora Villegas expuestas en El Tiempo, es que por su profesión considera que “el lenguaje crea realidades” y que las palabras elegidas en su canto por los soldados deshumanizan “a una mujer, su novia, su mamá...”. No podría glosar el conductismo mecanicista que le aplica al inconsciente de los soldados por las palabras que para sí mismos, desde su propio encierro, corean a una misma hora con el fin inmediato de darse aliento. No soy experto en Saussure, Sapir, o Chomsky y ella es comunicadora.
Como era de esperar, por el carácter polémico de su escrito, la académica recibió antipáticas descalificaciones de toda clase y también el soporte explicito del que se denomina Bloque Feminista de Manizales, por lo que no me extrañó que al primer comentario que hice me llegara uno con un ¡Viva la Jefe de las Autodefensas Feministas Unidas de Colombia! No es el caso de comparar sus lenguajes y ni cual crea más realidades. Pero el rasero igualitario con el que midió Adriana Villegas a una Institución tan celosa de las jerarquías como es la militar, con su “Da igual”, y la generalización totalizadora de que no se trata de “casos aislados” ni de “manzanas podridas”, acentuó la estridencia coral de las que la secundaron.
Es en el barrio, es en la calle, donde se detecta el pulso del mundo. Es en las mismas barriadas, o en las veredas y pueblos aislados. Un periodismo a ras de tierras, dará cuenta de que el reprobable lenguaje que usan los soldados dentro de su propio círculo, no es exclusivo de ellos, ni el peor, ni el más dañino. Que otros cantos y otras letras, no mejores ni más dignificantes, se escuchan en muchos lugares y para ser oídos por todos. La profesora dio la pelea con los menos, los más débiles, porque no tienen como soldados voluntad propia sino la voluntad del servicio, lo que les pide la patria. Por qué las cantan o para qué, tampoco lo saben bien ellos. Esas canciones “bien pueden ser arrancadas a la disonancia de sus vidas”. Para seguir con Esquilo, “ausentes de sus hogares los guerreros, la pesadumbre domina a todos”, cada uno recuerda el semblante amado del que partió y no saben si regresará. Cantan eso porque aman, y porque temen que desde las montañas, devuelvan a los que aman un puñado de cenizas.
Como sucedió con el soldado Jaider Antonio Santero Flórez, víctima de un explosivo instalado por el Eln en San Calixto, Norte de Santander, casi el mismo día de la denuncia. Con este, son muchos los héroes del sacrificio, en medio de la soledad y el miedo, a quienes nadie mira cuando nos defienden y a los que todos señalan cuando cometen faltas. Entonces, concluyó el periodista Haberkorn, “es cuando uno comprende que ellos también son víctimas, y casi sin darse cuenta va bajando la guardia”.
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