Aunque a veces siento presiones de amigos para que dedique más espacio en esta columna a rajar de personas que son condenadas antes de pasar por manos de la justicia, he tratado de controlarme al máximo. Muchas de estas gentes han sido sometidas a la picota pública y condenadas por algunos jueces y magistrados a los que cada día se les encuentran más actividades que producen repudio por el irrespeto con que tratan al poder que representan. Pero además, causa perplejidad cómo se difunden a través de los medios calumnias que acaban con el honor de personas de bien, ante la indiferencia de una opinión que parece solazarse con la mentira.
Hoy, uno de los principales poderes políticos, el que nos imparte justicia, esencial para mantener el orden y la paz, y al cual nos enseñaron a respetar al máximo nuestros padres, se ha ido contaminando de un mal ambiente reinante y ha dejado la rectitud que lo debe caracterizar para verse envuelto en una nube de maldad y desprecio, poniendo en riesgo los más preciados valores democráticos de los que nos deberíamos sentir orgullosos.
Hay cosas que no son como las pintan, y se está volviendo frecuente encontrar a hombres de leyes manchados en tenebrosos casos de corrupción, en los que aparecen como oscuros maquinadores y cabezas de vergonzosos episodios.
Y, como si esto no fuera suficiente, estos delincuentes, reconocidos por el pueblo como los ladrones de cuello blanco, más se demoran en caer en manos de las autoridades, que en tener "la casa por cárcel" luego de fallos judiciales que causan profundo escozor.
Por fortuna, todavía quedan abogados y profesionales de todas las ramas con honestidad incólume, por lo que sentimos que no todo está perdido, y un aire fresco nos vuelve a hacer creer en Colombia.
Es un decir popular que cuando la sal se corrompe todo está podrido, por eso hay que lamentar que razones políticas estén llevando a algunos jueces a emitir sus fallos, a veces inducidos por informaciones y opiniones de prensa que no son ciertas, o que al menos no tienen una verificación adecuada.
Así, sin vergüenza, y con toda la desfachatez se va acabando la justicia y con ella el corazón de un país ¿Será que nos estamos acercando peligrosamente a estos límites?
P.D.: La primera vez que uno compra una casa, piensa en lo bonita que es y firma el cheque. La segunda vez, se fija que el sótano no tenga gorgojo. Lo mismo pasa con los hombres.
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