En democracia la división de poderes es esencial, podría incluso decirse que de la división de poderes nace la democracia. No tienen pues razón quienes se asustan o dicen asustarse porque el presidente Duque objeta un proyecto de ley, pues se trata de una de sus facultades y contra tal ejercicio no alcanza sostener que la Corte Constitucional ya la consideró acorde con la Constitución. Bajémonos de esa nube, no siempre la Corte (cualquiera), en este caso la Constitucional, tiene la última palabra, pues cabe la objeción por el presidente. El asunto que ahora ocupa la atención es la Ley estatutaria de la JEP de la que algunos o muchos afirman la Corte ya dijo que era Constitucional, para que ahora venga el presidente a desconocerlo. Aceptemos que no todo lo que diga la Corte Constitucional es mano de santo, pues como ya está dicho contra el proyecto de ley cabe la objeción que, en este caso es por inconveniente. No es un choque de trenes, la objeción será examinada por el Congreso. Ese es el esquema de pesos y contrapesos, si el Congreso la encuentra inconveniente se debe cambiar y si piensa lo contrario deberá ser sancionada.
El alboroto es solo la reacción de quienes desde el principio quisieron blindar los beneficios concedidos a las Farc y el temor a que cualquiera aclaración que disminuya lo concedido pueda derrumbar todo el esquema. Los señores de las Farc son intocables (véase los casos de Santrich y del paisa) y la JEP su escudo.
Hemos tenido que tragarnos que los delincuentes de las Farc no acepten la justicia que rige para todos los colombianos, requieren pues una justicia especial, se dice para la paz y lo es para la impunidad. Debemos quitarles la careta, estamos frente a una estructura pensada y elaborada para que los guerrilleros se desmovilizaran garantizándoles que en ningún caso pagarían pena de prisión, como se ve, ninguna pena.
El asunto es de una simplicidad que deslumbra (arts. 166, 167 de la C.N) aun cuando a algunos enceguece. Los seis artículos se objetan por inconvenientes y el Congreso decide, y punto. Aquí nadie se mide o enfrenta. Ya se sabe si el Congreso delibera y admite pues es inconveniente, sí no pues debe promulgarse y todos en paz. Es la democracia señores.
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Hace poco me refería a la dictadura de las minorías, me faltó decir de izquierdas. Que la eutanasia, que el aborto, que el matrimonio gay, que la adopción por parejas homosexuales y, las de los animalistas que nos imponen las mascotas hasta en la sopa, y no es una alegoría pues hay restaurantes que las toleran, y supermercados e iglesias. Job no tendría paciencia frente a tanta cosa, se bastaba con los leones en su cueva.
Pero hay una minoría que no pega, la de quienes defendemos las corridas de toros, precisamente porque no contamos con el apoyo de aquellas minorías que, juntas y unidas arremeten contra las corridas de toros y allí no vale ni tradición, ni arte, ni ser minorías. El mayor argumento es el dolor causado a los animales. Seres sintientes se dice. Lo raro es que los mismos (bueno, otros de su especie y genero) son castrados y su dolor no importa, las criadillas son además un suculento plato. Se trata de engordar el ganado para luego sacrificarlos. ¿Sin dolor? y, descuerarlos, no hablar mal de ellos sino arrancarles la piel, pero unos y otros, la carne y la piel producen réditos y del tal sufrimiento no se habla.
El argumento final es el relativo al espectáculo, pero el dolor no hace parte de él, por el contrario el espectador no celebra que al animal se le acuchille, celebra las banderillas bien puestas y la muerte noble de una sola estocada. Los aficionados disfrutan el arte y, quienes no tienen ese sentimiento mal hacen en criticarlo mientras devoran un buen bistec.
Me he ido por otros caminos, cuando lo peculiar de esta discusión es que quienes abogan por acabar con las corridas de toros con el argumento de que buscan evitar el dolor que se causa y se precian de la nobleza de luchar por la vida de un ser sintiente son los mismos que abogan por la muerte del humano que está por nacer.
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