Y cada día trae su afán. Mientras muchos mueren, otros tienen tiempo para pensar en su futuro. Si bien es cierto cuando nos cuidamos la razón esencial es subsistir, algunos no reprimen o menguan su ambición. Es así como mientras mueren casi 100.000 estadounidenses, los políticos están pensando en las próximas elecciones y mucho de lo que se dice de Trump para bien o para mal viene signado con ese propósito. En Colombia, aun cuando para las elecciones faltan dos años, ocurre otro tanto. Valen más las acciones que te acercan a los electores que otras; que te otorguen créditos que siempre deberán pagarse, te den plazos o te otorguen moratorias vale menos que cuando te entregan el mercado en la puerta de la casa con el nombre del gestor. Que el bandolero deje de matar y el ladrón de robar, que se cumplan todos los ordenamientos y en todos los hogares haya paz es el mundo ideal, en la cruda realidad el bandido mata, el ladrón roba, el vicioso consume, el alcohólico se emborracha, el desadaptado y el tonto violan las normas, y el candidato en cómo aumenta su popularidad para que se le tenga como el salvador o salvadora (también podría decir ladrona o viciosa, pero no nos metamos en problemas lingüísticos por razones de género, pues bandidas que las hay las hay)
Desde el comienzo de la crisis se nos advirtió que el proceso sería largo, parecería, sin embargo, que no estamos hechos para largas restricciones, lo digo de la actitud individual frente a ellas. A los mayores de 70 años se nos aisló en nuestras viviendas hasta el 30 de mayo (del 2020, valga la puntualización), pero a medida que avanza la restricción, como es obvio, añoramos la vida que llevábamos. Respirar el aire puro (bueno el del medio ambiente) y recibir el sol. La rutina diaria, las actividades de la oficina, un tinto temprano con Diego y después de despachar lo de la oficina que es poco, otro café con Iván, Guillermo, Ramiro, Julio, Ancízar y algún otro amigo que se acerque. Por la tarde, más de lo mismo, lecturas, otro tinto con Diego y al Club para el billar pool (me perdonarán mis pocos lectores el escaso trabajo, yo estoy jubilado). Pero el coronavirus sigue activo e infectando y yo sigo siendo un individuo vulnerable, esto es con mayor índice de mortalidad, no es una amenaza es una evidencia y debo replantear mis planes y asumir la realidad, no el deseo, debemos cambiar y asumir una nueva sociabilidad. Cuando al fin me dejen salir, fácilmente puede ocurrir que el lugar donde tomaba tinto con Diego no abra, o se quebró y la cafetería a la que concurría con otros amigos no puede atendernos en grupo, que tal en una barra con el contertulio a dos metros y con problema auditivo y las filas en los bancos, nada de eso, bancarizar las obligaciones y domicilios para las compras. Como ya lo hicimos recuperar la vida del hogar ir menos a la oficina y en esas ocasiones que nos traigan el tinto y tomárnoslo con los amigos.
Después de 75 días aislado, leo un artículo de un médico, mayor y recluido como yo, en el recuerda que de angustia y depresión también se muere. Argumenta que a los septuagenarios la vida que nos queda (la esperanza de vida) es de aproximadamente cinco años, si nos quitan tres meses es como si a un niño le quitaran dos años.
Cada vez que veo una publicidad o recibo un mensaje en el que se proclama que juntos derrotaremos el virus…que juntos ganaremos, quisiera gritar ¡Y acaso no es eso lo que nos prohíben!, que no nos juntemos, que no nos demos la mano ni nos abracemos, que nos distanciemos. Debemos cuidarnos y con ello cuidamos a los demás, el lema es: Unidos en un mismo propósito, ganaremos.
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