No faltará quien señale que las marchas surgieron de manera espontánea como repulsa a la reforma tributaria propuesta por el gobierno, a todas luces inconveniente por el momento que se vive y el empobrecimiento de las clases menos favorecidas duramente golpeadas por la pandemia; pero no, las marchas ya estaban programadas cuando el presidente Duque les dio otra bandera más efectiva, como queda demostrado con la continuación de las mismas, incluso aumentadas y agravadas, no obstante el retiro del proyecto y la manifestación del presidente que estaba presto a dialogar. Voluntad mantenida, no obstante el aumento de la violencia y la aclaración de quienes se presentan como representantes del pueblo de que acuden a negociar y no a dialogar, y presentan para el efecto un amplio pliego de exigencias y, si bien, las marchas se mantienen, mientras se dialoga y negocia, es entendible que estas deben ser pacíficas, pues esa es la condición señalada por la Constitución Política de Colombia.
¿Pero, las que estamos viviendo, son pacíficas? ¿Lo son los daños a los bienes públicos y privados, a los monumentos, a los medios de transporte? Se aceptan que dañen y saqueen los cajeros, que quemen los CAI, 21 en total, uno de ellos con diez agentes de policía dentro y, desde luego, los policías y manifestantes muertos o heridos que deben ser objeto de la correspondiente investigación.
Lo que parece claro, con una evidencia que abruma, es que las que sufrimos no pueden considerarse marchas pacíficas, no tienen orden o al poco caminar lo pierden y redundan en trifulcas sin freno y el evidente propósito de destruir. Resulta simbólico o significativo que procedan contra un medio de transporte masivo de personas, como es el Transmilenio. Señala el Art. 24 de la C. N. que “todo colombiano, con las limitaciones que establezca la ley, tiene derecho a circular libremente por el territorio nacional…” La destrucción de los vehículos de Transmilenio impide a trabajadores, obreros y empleados circular, con lo cual se coarta igualmente el derecho al trabajo. Es cierto que miles logran llegar caminando y luego regresar igualmente por sus propios medios, esto es a pie, a sus hogares.
Como si algo faltara para definir el carácter de violencia, los supuestos protestantes pacíficos bloquean carreteras y autopistas para impedir la libre circulación y, con ello logran que las comunidades destino de productos básicos queden desprovistas de comida, combustible, oxígeno y vacunas. Al tiempo, los productos básicos de alimentación deben derramarse y, la falta de cuido para pollos conduce a que los animales se maten a picotazo limpio. Como colofón de la ausente condición de pacífica que tiene las marchas, impiden el paso de ambulancias con pacientes, sin considerar su condición. Retenida, una madre gestante debió parir en el viaje y ver morir al bebé que no logró recibir a tiempo atención médica. Seguimos pues con marchas “pacíficas”, mientras los colombianos hacen larguísimas colas para obtener $50.000 de gasolina y dan gracias cuando se da paso al oxígeno o a las vacunas. Los indígenas no pueden faltar y se vienen a estorbar en Bogotá en medio del jolgorio general que olvida, o tal vez se aprovecha, de la pandemia para violar todos los protocolos y marchar aglomerados y sin tapabocas. Durante semanas enteras los noticieros se ocuparon de las marchas, del bloqueo aquí, del lanzamiento de piedras allí, destrucción de cajeros acullá, incendio de CAI en otra parte y carreras en uno u otro lugar. Mientras tanto, el virus silencioso aprovechando la aglomeración y el descuido crece y crecerá con furia desatada por el incumplimiento de los protocolos. En la otra Colombia, continúa la vacunación, nos acercamos a los nueve millones y seguimos cuidándonos y, mientras el virus arrecia y se hacen todos los esfuerzos para disminuirlo la alcaldesa de Bogotá nos advierte que el tercer pico durará otras semanas. No señora, se trata del cuarto pico causado por las aglomeraciones
Las obligaciones del presidente, desde luego, no son solo con los marchantes, también con la gran mayoría del pueblo colombiano que sigue cumpliendo sus obligaciones. Aceptó negociar y, de antemano otorgará matrícula gratis en las universidades para los estratos 1,2, y 3 y la creación de empleo para jóvenes entre 18 y 28 años. Al tiempo, como corresponde, ordenó levantar el bloqueo y despejar las vías públicas, tal vez recordó a Maquiavelo cuando advertía a los gobernantes: “Sí toleras el desorden para evitar la guerra, tendrás primero desorden y después la guerra”.
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