Algo muy profundo está pasando en nuestra cotidianidad, del abrazo, el beso o el apretón de manos al aislamiento. De la solidaridad nacida del acercamiento a la que nace de la distancia. Se aplaude al paciente que supera el virus, a los médicos y auxiliares por su gestión, se canta o se difunde música desde los balcones, benditos balcones, se reparten mercados y se otorgan ventajas tributarias, préstamos o garantías. Los gobernantes departamentales y municipales con alguna triste excepción se han puesto al frente de la crisis. El presidente, sus ministros y agentes han tomado las medidas pertinentes para paliar las dificultades sanitarias y económicas que se les echaron encima a los colombianos, a todos, pero, con mayor encono a los de menores ingresos. Acudió el presidente a todos los recursos y para todos y, sin miramientos, sin pensar por ahora en el después, rompió las amarras presupuestarias para utilizar todos los dineros y líneas crediticias disponibles y calló al ministro Carrasquilla que cuidando lo suyo habló de reforma tributaria, justamente le dijo que éste no era el momento y claramente mortificado llamó ratas de alcantarilla a los acaparadores, aquellos bandidos que se aprovechan de las necesidades ajenas. El ejecutivo actuó de inmediato, pero sí, como a veces ocurre, quien debe cumplir la orden la desatiende o no actúa con la misma inmediatez, los perjuicios y las quejas sí la tendrán.
Debió decidir el presidente entre mantener la cuarentena para proteger la salud de los colombianos o levantarla para activar la economía, visto así parecía fácil decidir entre salvar la vida o llenar el bolsillo, pero ese no era el dilema, porque si cerramos indefinidamente la economía acabamos con el empleo y los matamos de hambre (que ya ronda), porque sino ingresamos tampoco podemos girar, después de romper las alcancías, ni gastamos ni comemos. Si pongo toda mi atención en cuidar a mi madre enferma ¿qué hago si mis hijos me reclaman que no tienen que comer? Allí es donde aparece la solución salomónica, el presidente optó por permitir que aquellos oficios que generan más empleo, construcción e industria manufacturera, con protocolos previamente acordados, reinicien actividades y, mantener la cuarentena para las demás; pero como siempre ocurre con el tiempo y la oportunidad de una medida, siempre habrá quien diga que debió ser antes o después, o que ella tiene una mejor propuesta. Si hecho el examen y elaborados los protocolos se toma la decisión, hay que ser solidarios con el mandatario, apoyarlo y cumplir, no es momento para la insolidaridad. Como decía Einstein: “El éxito en los asuntos importantes no es cuestión de sagacidad o astucia, sino de honestidad y confianza”.
No hay una real solidaridad si falta el sentimiento de la piedad, que es la capacidad de sentir dolor por el que sufre con el estigmatizado o postergado y, este sentimiento, la piedad, viene del acercamiento no desde la distancia. Se está perdiendo el sentimiento humanitario, tal vez por eso permanecemos impasibles cuando en la televisión vemos decenas de ataúdes, multiplicación de entierros algunos sin la presencia de los deudos, otros en fosas comunes, finalmente eso está ocurriendo en otra parte. ¿Por qué impávidos mientras cuentan muertos? Que solo llevamos algo más de 400 mientras en Brasil llevan 11.500 y en España 26.000 (mientras escribía). Como si de una competencia se tratara, que España supera a Francia y se acerca a Italia y EEUU los pasó a todos y nos podemos reír de Trump. ¡Por Dios, si estamos hablando de seres humanos fallecidos! No se dice de Pedro o Pablo, o el padre o el hijo, la esposa o el abuelo, sino un número. Agréguele dos a Manizales, tres a La Dorada, quince a Colombia y cuatro mil a EEUU. No hay que insensibilizar la tragedia, así como aplaudimos al enfermo que ganamos para la vida, asumir el duelo y tener piedad por quienes lo padecen.
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