Las dictaduras siempre han sido absurdas. La prueba de su horror está perfectamente documentada por la historia. Todas han causado estragos a las sociedades que las han sufrido. Resarcirlos ha requerido el dolor de generaciones enteras. La de Venezuela está extinguiéndose a sangre y fuego, arrasando a su paso con lo mejor de su infraestructura, su tierra y su gente, la de aquí está apenas empezando, pero ya se sienten pasos de animal grande.
“Dictadura democrática” es un término recién acuñado, que pretende definir lo que nos está pasando, que no es otra cosa que, escudándose en los once millones de votos, más los, manipulados, (…”que la gente saliera a votar verraca”…) del No de hace cuatro años, el Centro Democrático se ha abrogado el derecho de hacer literalmente lo que le venga en gana imponiendo una política que está lejos de ser democrática, porque está en contravía de las libertades más elementales de una sociedad.
Primero, ha decidido echar al traste todo lo del gobierno anterior, independientemente de si funciona o no, si le sirve a la sociedad o no. Germán Vargas por ejemplo, denunció la inoperancia de los Centros de Desarrollo Infantil, terminados en 2018, expresamente financiados, (ocho millones de dólares donados por Emiratos Árabes), más los recursos del gobierno nacional, solo porque fue uno de los programas bandera del presidente Santos.
El director de Derechos Humanos del Ministerio del Interior y de Justicia es un homofóbico reconocido, (…”le pego en la cara marica”...) cosa que a la ministra del ramo, según dijo, la tiene sin cuidado. El director del Centro de Memoria Histórica niega el conflicto armado y los desplazamientos forzados de la gente. Se está cocinando una reforma educativa que va en contra de la libertad de cátedra. Se propone flexibilizar el porte de armas y para rematar, se objeta la ley de la justicia transicional poniendo en peligro o haciendo “…trizas…” los acuerdos. El proceso de paz, en su conjunto, se redujo a una política de gobierno (el anterior) y no de estado para minimizar y restarle poder a su significado.
El “todo vale”, reapareció aceitado en el escenario: desacreditar la Corte, la JEP y a Patricia Linares, su presidenta; a Fecode, los movimientos estudiantiles, la oposición, los indígenas; manipular a la opinión pública urdiendo estrategias de desinformación o ambientando maliciosamente los temas que en su infinita potestad habrá de imponernos; en suma, dividiendo, o polarizando agresivamente a los colombianos.
La discusión no es a mi juicio, entre pensamientos distintos, entre derecha e izquierda, es entre democracia o no, entre la legalidad o el desconocimiento de la misma.
Y no obstante en estos días aciagos, el jesuita Francisco de Roux hace de su vida y su trabajo un llamado permanente a la reconciliación, la verdad y la paz:
“nos merecemos crecer en confianza, el acumulado de confianza, de creer los unos en los otros, es el gran capital social de un pueblo y la base fundamental de la seguridad. No permitamos que se siembre desconfianza entre nosotros.
Llamamos sobre todo a mantener viva la esperanza, hay un futuro grande en la verdad que podemos construir sobre la justicia acogiendo nuestra diversidad y nuestras diferencias.”
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