Título tomado del evangelio de San Mateo, 7, 15-20.
Mi interés nunca estuvo en hacerle un seguimiento en serio a los aconteceres políticos de este país. Empezó en el primer gobierno de Álvaro Uribe; este señor fresco, dulce de expresión, con la mano en el corazón y arropado por la bandera de Colombia, me despertó un sentimiento patrio que se fue consolidando con el tiempo y que hoy, después de diez y seis años, lo valoro como uno de los atributos más bellos del ser humano.
Vote por él, claro está, en la primera vuelta. Seguí paso a paso sus acciones por liberar el país del anacronismo de unas guerrillas que habían perdido su razón de ser, pero que sin embargo nos recordarán el origen de su lucha.
Las causas de la desigualdad de Colombia permanecen, solo que más acusadas y crueles.
Asistí por televisión a los consejos comunitarios, me cautivó con sus maneras sencillas, cordiales, como si se tratara de un buen vecino, de un ser cotidiano, de un habitante de este mundo.
Pero poco a poco, en principio y después aceleradamente, me fui dando cuenta de que este hombre que cae de rodillas ante el papa, o que entorna los ojos al cielo ante la momia del padre Marianito, no es más que un farsante que escondía muy hábilmente sus intenciones de mantener el país en el atraso, a sangre y fuego, en un estado de privilegios “feudales”, dominado por una élite que tiene su arraigo en los inicios coloniales.
Me sorprendí con sus expresiones machistas, homofóbicas, con el desprecio por los indígenas y por las víctimas incluidas las de los “falsos positivos”, con su apego al atajo, con su estrategia para desacreditar a todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con sus métodos y políticas, con las “chuzadas” del DAS, sus bajezas, y me pregunté entonces por qué tanta acogida, y por qué este hombrecito de cara inocente, despertaba tantas pasiones en una buena parte de la idiosincrasia colombiana.
Un líder es alguien que encarna los sueños y las ansias de sus seguidores, es quien se identifica con su “pueblo”.
Ahí está, somos como sociedad, todo lo que representa el “caudillo”, sectarios, fetichistas, machistas, intolerantes, homofóbicos, racistas.
Una persona de alto rango, un político que es y ha sido presidente de la república, nos puede legitimar con su comportamiento, ¿y quién lo hace mejor que Álvaro Uribe Vélez?
PD.: Respeto enormemente a quienes de buena fe siguen firmemente la doctrina del Centro Democrático, pero de esta no comparto ni un ápice.
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