Fueron convocados expertos artesanos, profesionales en acústica e iluminación, ingenieros mecánicos, calculistas, bien fueran estos nacionales, belgas, alemanes, holandeses o italianos, incluso uno de ellos fue “rescatado” de un campo de concentración ubicado en la vieja Rusia socialista. Estaba también el pintor Luciano Jaramillo y el escultor Guillermo Botero afincado de tiempo atrás en Manizales, su sensibilidad, conocimiento de nuestra idiosincrasia y de lo más íntimo de la naturaleza humana los autorizaba para alternar con esa apertura a la cultura que se auguraba estaba por venir. Todos ellos, integrados al grupo de arquitectos más prestigiosos que había en la ciudad, con Jorge Gutiérrez Duque a la cabeza, para que diseñaran y ornamentaran los espacios que habrían de acoger las expresiones de arte más sobresalientes de ese ayer y las de siempre.
Se puso sumo cuidado en los muebles, los enchapes en madera y en mármol, en la sensualidad de los pasamanos y los detalles arquitectónicos, como esa ventana al oriente que es visitada cada semestre por estudiantes de arquitectura para reconocer su belleza, se pensó, igualmente, y con detenimiento, en el lugar que habrían de ocupar las esculturas y los murales, uno de ellos describe la historia de la ciudad tallada en cedro por el maestro Botero, suyas son también las alegorías de la música de cuerdas y de viento en madera quemada y la impactante bailarina del vestíbulo, que bien podría ser Odette, la princesa encantada del lago de los cisnes con su magnífico arabesque reflejado en un espejo de mármol de color azabache. Luciano Jaramillo fue el encargado del telón de boca, una historia del teatro, escenificada en las acrópolis y los odeones de la antigua Grecia, sin lugar a dudas, la obra expresionista más poderosa que se encuentra en todo el territorio del Paisaje Cultural Cafetero.
Finalizada la tarea, fue entonado por más de 1.900 ciudadanos que parecían nerviosos, ciertamente alborozados, genuinos, “...Manizales beso tu nombre que significa juventud...”.
Era la noche del 31 de octubre de 1965, el Teatro de Los Fundadores, abarrotado “hasta las banderas” se disponía por primera vez, a levantar el telón. Habían pasado seis años de expectativa, desde el ya remoto 1959 en que se inició la construcción de una de las obras destinada a las artes dramáticas, la música, la danza y lo mejor del séptimo arte, más ambiciosas de la América Latina.
Cleopatra vestida de oro entrando a las calles de la Roma imperial, interpretada sin esfuerzo por Elizabeth Taylor, fue la encargada de abrir el teatro a un público ansioso, ávido de saciar la curiosidad que había despertado el ver cada día como avanzaba la obra. Esta infraestructura, tan refinadamente llevada a la realidad requería de un significado que estuviese a la altura de su osadía, fue así como se dio origen al Festival internacional de Teatro.
Era la década del sesenta, aires de cambio se sucedían en distintos lugares de la tierra estimulados por las emblemáticas protestas estudiantiles de Paris del año 68, extendidas luego al resto de los países de Europa y el continente Americano, la época del “prohibido prohibir” que estimuló los cambios históricos que habrían de seguir. En este contexto se inaugura el Festival Universitario de Teatro de Manizales, evento que influyó de manera definitiva en la formación teatral y política de una generación, más allá de los límites geográficos de la Manizales de aquel tiempo.
Se sucedieron los conciertos sinfónicos, las óperas y zarzuelas, el ballet y el teatro. La oda a la alegría de Schiller, musicalizada por Beethoven en la novena sinfonía, considerada por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, ha sido interpretada muchas veces como un voto de fe en el futuro, también lo han hecho los más afamados compositores de rock, de la música popular, incluidos los cantautores de protesta. Escuchamos también a Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, y entre muchos otros, al dramaturgo polaco Jerzy Grotowsky, ellos que con sus voces premonitorias de juglares que han recorrido muchas veces la tierra, nos han puesto cara a cara con lo más refinado del arte universal. Podemos seguir indefinidamente rebrujando la memoria para recordar aquellos conciertos, exposiciones, conferencias; revivir por un momento el sinnúmero de emociones que nos han puesto arrozudos tantas veces o conducido sencillamente hasta las lágrimas, ello sería, para bien, objeto de otra historia. Lo que si podemos asegurar es que el Teatro de Los Fundadores fue concebido con vocación de perennidad y que ha sido fiel al cometido que se trazaron quienes decidieron, hace mucho más de sesenta años, construir un recinto para elevar el espíritu de todos aquellos que hemos tenido el privilegio de resguardarnos en él.
Sin embargo y a pesar de semejante esfuerzo esta joya del patrimonio nacional nunca ha estado exenta de atentados periódicos e inmisericordes. Cada que un funcionario, independiente de su rango, pues los hay de todos, decide que es más conveniente para las arcas públicas ocupar los espacios del teatro, que él en su empoderada ignorancia considera improductivos, lo hace. Fue así como se cerraron las salas de ensayo para ubicar un cinema, o el espacio de exposiciones para localizar sendas canchas de bolos, incluso mutilando las escaleras de mármol que hoy restauradas conducen a la sala Oscar naranjo. Y por si fuera poco, la última semana de julio de 2021, nos asustaron a los manizaleños con la amenaza de desalojar la sala itinerante del museo de Arte de Caldas, para sacarle ahora si, una buena renta.
El Teatro de los Fundadores hace parte de los hitos “solemnes” que han modulado el devenir de la ciudad, que le han permitido, a pesar de su historia reciente, adquirir la fisonomía de urbe madura, entre ellos está la orden dada en la estación la Camelia, el 22 de enero de 1922, para que 1.120 caballos de fuerza repartidos simétricamente en 8 motores, impulsaran las vagonetas de carga que pondrían en funcionamiento el Cable Aéreo, en su momento, el más largo del mundo o él Te Deum jubiloso con el cual fue inaugurada, en el año 39, la catedral basílica de Nuestra Señora del Rosario. Y como estos muchos más. Algunos de ellos fueron construidos con el encargo de que el mundo supiera que estábamos aquí, otros para conectarse con él, pero el evento que realmente puso a Manizales en la mira, incluidos los lugares más apartados de la tierra, ha sido el Festival Internacional de Teatro.
Tanto el festival, como las instalaciones del teatro, ha sufrido los embates de la censura, de la ignorancia, de la endémica mojigatería que de tanto en tanto aflora imbatible. Fue así como en el año de 1973 se clausuró por once años, una de las expresiones artísticas que mayor impacto han tenido en la formación de cultura y que más relieve le han dado a la ciudad en el contexto intelectual de un mundo ávido de recrearse a sí mismo. El Presidente Belisario Betancur acudió al escenario del teatro en el año de 1984 para reinaugurar el Festival y, como de las cenizas resurge el fuego con mayor violencia, podemos estar seguros que seguiremos construyendo, con el Festival, el Museo, y toda la capacidad de albergar el arte universal, que tienen hoy las instalaciones del Centro de Convenciones Teatro de los Fundadores, un mundo, realmente, mejor.
PD: Este artículo, escrito inicialmente para la revista digital COLTUR, fue cedido generosamente para ser publicado por el PERIÓDICO DE CASA.
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