¿Qué pasaría si un grupo de militantes liberales, decidiera presentar a uno de los suyos como candidato del Partido Conservador en una contienda electoral? ¿Qué pasaría si un grupo de “antipetristas” declarados, decidiera que uno de sus más influyentes líderes se presentara ante la Colombia Humana como su candidato a un cargo de elección popular?
Seguramente tanto el Partido Conservador como la Colombia Humana, en cada caso, rechazarían de plano esa opción, pues el solo origen del candidato lo haría inviable, improcedente y descabellado.
Estas posibilidades suenan absurdas dentro de la lógica política, pues no sería aceptable que fueran los enemigos de un partido quienes decidieran los nombres de los candidatos del movimiento del que denuestan y se han declarado rivales. Pero en Caldas pasa lo increíble: un grupo de ciudadanos amigos, adeptos y beneficiarios en su momento de los favores de Luis Guillermo Giraldo Hurtado, (dentro de los cuales hay muchos que se han declarado enemigos acérrimos del uribismo) deciden que el candidato de sus afectos tiene que ser gobernador de Caldas y, como no encuentran un partido que lo avale, lanzan motu proprio su precandidatura dentro del Centro Democrático, por encima de la voluntad de las bases del movimiento y de la aquiescencia de sus militantes. ¡Qué tal!
De esa precandidatura se desprende un serio riesgo de que las nuevas generaciones pierdan el espacio que han venido conquistando, por encima de quienes dejaron ingratas recordaciones en la sociedad. Además, no parece lógico que sean los enemigos de un partido quienes decidan sus candidatos, pues representaría un allanamiento al movimiento y minaría su estabilidad.
El Centro Democrático no puede entregarse a sus enemigos de la forma como lo está haciendo. Los espacios que se ha ganado en el mundo político; la promulgación de nuevas formas de gobernar; la defensa de la renovación de personajes en el mundo del poder; el propósito de una participación más holgada de la sociedad; el relevo generacional que pregonan; y la posibilidad de que se nutra de dirigentes dentro de sus huestes, son principios y hechos que no admiten reversa. No sería nada halagüeño para sus bases, sus militantes ni sus aspirantes, que desde los partidos rivales se tomen las determinaciones que definan el futuro del movimiento, y que sean precisamente los que han estado en orillas opuestas, quienes determinen sus liderazgos.
Esta posición no es inherente solo al partido en cuestión. Las decisiones que se tomen con respecto a su candidato oficial para aspirar a la Gobernación de Caldas, tienen injerencia en el futuro de todo el departamento y la región. Porque si se cede a las exigencias de Luis Guillermo Giraldo de que el candidato se elija en una consulta abierta, serían los otros partidos (sus rivales) quienes determinarían en las urnas el nombre del candidato. Es decir, se estaría claudicando a la posibilidad de tomar decisiones autónomas dentro el partido, para dejarlo expuesto a las determinaciones de sus oponentes. ¿Valdrá la pena correr el riesgo de volver a la vieja hegemonía Giraldista que tanta atrofia le causó a la sociedad política caldense?
No es este el espacio para controvertir los fallos judiciales, ni para poner en tela de juicio lo que nuestros órganos de justicia han precluido, absuelto o condenado. Pero sí lo es para defender la liberación de esa política lesiva que creíamos lograda y que, producto de las circunstancias, amenaza con volverse a posicionar dentro de nuestro territorio.
Las directivas del partido Centro Democrático tienen las herramientas para tamizar, avalar o rechazar los candidatos a las elecciones uninominales. Es hora de tomar decisiones y de imponer legalmente lo que les corresponde, pues de ello depende el futuro del partido y el desarrollo de una campaña política que necesita limpieza, altura, legitimidad y cordialidad. Luis Guillermo Giraldo es un caballo de Troya que amenaza con derrumbar lo construido con denuedo en casi dos décadas de trabajo. ¡Ustedes tienen la palabra!
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