En días pasados fuimos afectados por la demora en el servicio de EMI, entidad a la que acudimos en medio de una urgencia de salud de una persona de 85 años de edad, y quien es afiliada desde hace mucho tiempo. Llamamos desesperados por los graves síntomas que presentaba y aconsejados por un médico familiar quien nos dijo que era mejor que no lo movilizáramos hasta un centro hospitalario sin los cuidados adecuados. Pues pasaron tres horas y no aparecían; a las cuatro horas nos respondieron que estaban preparando la visita ya que había mucha congestión y demasiados requerimientos de servicios; y en la última llamada nos dijeron que había pacientes con mayores urgencias y por eso habían postergado el nuestro para otro turno. ¡Qué tal!
¿Con qué criterio puede un empleado que contesta un teléfono, determinar la urgencia o no de un paciente sin siquiera valorarlo? ¿Será válido y responsable ese tele triaje? ¿La clasificación de prioridades de un servicio de salud, puede obedecer al instinto o presentimiento de alguien que, a distancia, se imagina lo que padece el paciente y con esa base determina su gravedad y el orden de atención?
Pero lo más grave es que, al denunciar públicamente la situación, encontramos que este no es un caso aislado, sino que es sistemático, usual, consuetudinario y mortalmente practicado. Llegaron voces de apoyo de diferentes partes y recibimos denuncias de iguales tratos en numerosos casos que, como el nuestro, terminaron arriesgando la vida de seres humanos por la irresponsabilidad de EMI. Y el colmo llegó la semana pasada: solicitamos el servicio para una persona de 75 años de edad, cuyos síntomas hacían prever una delicada enfermedad, y el servicio llegó ocho horas después. ¡Irresponsables!
¿Ante quién acudir para que intervengan este multimillonario negocio que no pocas veces termina en tragedias mortales? En la práctica, ¿esto no se podría configurar como una estafa? Una empresa que ofrece servicios de salud no puede operar cuando ella quiera ni en la oportunidad que ella escoja; por tratarse de la vida de seres humanos debe prestar sus servicios cuando se requieran y cumplir, por lo menos, con lo que prometen cuando la ofrecen, pues si no se genera la expectativa del servicio, el paciente sabe que debe acudir de una vez a un centro hospitalario y no esperar a que lo cubra una entidad irresponsable e indolente. Si el personal contratado por EMI no da abasto para cubrir la demanda, ¿no estarán en la obligación de incrementar su nómina o, en el mejor de los casos, detener la venta de unos servicios que no están en condición de prestar? ¿Cómo permiten que se juegue con las expectativas de tanta gente, y se aprovechen de un nombre con mucha capacidad de penetración publicitaria, pero poca capacidad operativa?
En la página web de EMI encontramos que se autoproclaman, dentro de sus valores, como: Confiables, accesibles, rápidos, serviciales, competentes y eficientes. ¿Cómo puede ser confiable una entidad que prioriza la atención de sus pacientes con base en el capricho de un frío operador telefónico? ¿Cómo puede ser accesible una entidad a la que solo es posible acudir vía telefónica y cuya disponibilidad es limitada? ¿Cómo puede ser rápida una entidad que se demora ocho horas en atender a un paciente con una urgencia de gravedad? ¿Cómo puede ser servicial una entidad cuyos servicios están limitados por negligencia, indolencia o falta de personal? ¿Cómo puede ser competente una empresa cuyos clientes tienen que dilatar su agonía hasta cuando se dignen atenderlos? ¿Cómo puede ser eficiente una empresa que se escuda en el volumen de clientes para justificar su desatención?
Al paso que vamos, esos valores de los que se ufana EMI podrán ser una realidad cuando el servicio lo ofrezcan acompañados de un sacerdote para que aplique los Santos Óleos; de un notario para que expida el certificado de defunción; y de una funeraria para que trasladen de una vez a sus pacientes a la sala de velación. ¡Qué tristeza!
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