Llegó Santrich a la Cámara de Representantes en pleno uso de sus garantías y derechos, con su fuero intacto y su estatus de Padre de la Patria. Su sola actitud soberbia, victoriosa y desafiante indica que las cosas le han salido como las esperaba, o como seguramente se las habían prometido. Pasó de la noche a la mañana de posar con un aspecto débil, enfermizo y casi agonizante con el que quería causar lástima, a uno de vitalidad, lozanía y alegría desbordante.
¡La indignación es total! Y no propiamente porque en el recinto del Congreso se encuentre un delincuente reconocido ejerciendo sus funciones, o un terrorista posando de decente y dictando cátedra de moralidad y rectitud. ¡No! Por esas curules han pasado criminales de igual laya, y también han asumido con cínica apariencia actitudes de moralistas. Es más: en la actualidad los hay, y no propiamente por la voluntad popular. Lo que indigna realmente es todo lo que hay detrás de la posesión de un individuo corrupto, asesino, narcotraficante, mafioso y terrorista. Indigna que se pasee con la actitud de un héroe, cuando la estela de sangre, perdición y desastre aún apesta. Indigna que su bufanda, sus gafas y su bastón aún desprendan ese hedor que produce el crimen. Indigna que su llegada a esa curul sea producto de todo un entramado devastador de complicidad al más alto nivel.
Porque, en el fondo, la presencia de Santrich en el Congreso de la República, no es más que la demostración de que, en Colombia, el sistema jurídico es el mayor aliado del terrorismo, el narcotráfico y el crimen, y que funciona unido para garantizarles impunidad a sus representantes. Es la demostración de que las mafias tienen arrodilladas a las altas cortes que, cada una en su jurisdicción, se mueven armoniosas para blindar a los peores enemigos de la patria.
Por eso no fue extraño que congresistas de todos los partidos (obviamente exceptuando a sus colegas de las Farc y otros que viven y conviven con el crimen), deploraran la presencia de este personaje. Deberían, a mi juicio, asumir ésta como una actitud permanente hasta que Santrich reciba el castigo que se merece, pues no puede ser posible que en las manos de un criminal reconocido esté el futuro legislativo de Colombia.
Sé que me dirán que este criminal no está condenado aún y que tiene derecho a un “juicio justo”. Y tendrían razón, si no fuera porque en ningún estrado (ni siquiera en su propio tribunal de la JEP) han puesto en duda la comisión de delitos relacionados con el narcotráfico, ya que están ampliamente comprobados. Lo que han dudado, con habilidoso acomodo y direccionamiento, es la fecha de comisión, la cual también está plenamente definida y evidenciada que fue después de entrado en vigencia el engendro de La Habana.
Pero hay algo más aberrante aún: que para un bandido comprobado se acomoden las leyes, las circunstancias, los lugares, los procedimientos y la jurisprudencia, en aras de respetar sus derechos, mientras sus aliados en el monte siguen asesinando soldados de la Patria. Que para el terrorismo haya garantías acomodadas y conniventes, mientras para quienes lo combaten se diseñen leyes cada vez más drásticas e injustas. Que las mismas cortes que en el pasado impidieron la posesión de congresistas por estar incursos en delitos de menor gravedad, hoy se acomoden para favorecer los intereses de un criminal. ¡Esta es la verdadera indignación!
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La escogencia de Ángela María Toro Mejía como la Caldense del Año, es un reconocimiento al tesón de una mujer que se caracteriza por su verticalidad, honestidad, eficacia y eficiencia. Es el reconocimiento a una dama en todo el sentido de la palabra y a un ser humano lleno de pujanza, bríos y nobleza. Es el reconocimiento a los valores de la mujer caldense que lleva en la sangre su tesón. ¡Felicitaciones, Ángela María! Otro logro más en su camino de triunfos.
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