Muchas cosas han sucedido en el mundo a través de los siglos, que han presagiado desastres, catástrofes, debacles, acaboses… Muchas veces se ha anunciado que el mundo se va a acabar en determinado momento, cuando termine o comience un siglo, o cuando coincida la misma cifra de año, mes, día y hora en un momento cronológico: año 2006, mes sexto, día sábado (sexto de la semana) a las seis de la mañana. Esas “visiones” las aprovechan los “profetas” de oportunidad, que se presentan con túnica de color dudoso por el uso continuado, y sandalias; barba rala (como una peluquería mal barrida), cabello medio calvo y medio canoso, para mostrar madurez; y exhibiendo pancartas escritas con marcador de tinta negra y letra desigual, que reza: “El mundo se va a acabar, arrepiéntete”. Así andan esos personajes por calles de pueblos y ciudades y por carreteras y caminos; nadie sabe dónde duermen ni qué comen; y su voz es fuerte para impactar a los ingenuos que terminan siguiéndolos. Éstos normalmente no tienen nada qué hacer ni tampoco qué perder, porque nadie que tenga un empleo o un negocio, ni un rico propietario, van a abandonar sus cosas y sus familias por andar detrás de un loco.
Cosas han pasado que les han servido a los tales “profetas” para sustentar sus temores, como la destrucción de Pompeya, los tsunamis de Indonesia, los huracanes del Caribe, la explosión del volcán Arenas y ahora los incendios de la Amazonia. Otros, igualmente graves pero menos dramáticos, suceden en muchas partes durante los veranos de cada año, cuando la vegetación arde sola o por la mano del hombre, y los vientos ayudan a propagar las llamas. Estos desastres no tienen nada que ver con las quemas programadas por los campesinos, para limpiar los lotes de cultivo o preparar la tierra para sembrar nuevos cañaduzales; o con los que causaron los colonos en otras épocas para abrir tierras donde asentarse, construir viviendas y sembrar maíz, fríjol, yuca, frutales, hortalizas, verduras y café, arrebatándole la tierra a la selva, con hacha y machete; o, más fácil, echándole candela.
Lo de la Amazonia, de características catastróficas por la incidencia en la calidad de vida de toda la humanidad, la conservación del agua que sirve a grandes conglomerados humanos, la destrucción incalculable de fauna y la erradicación de poblaciones aborígenes o campesinas de sus hábitats, que no saben para dónde van a coger y perderán lo poco que tienen, poco importa a gobernantes prepotentes, ignorantes y extremistas, producto de la democracia ciega, manipulada por empresarios políticos que tienen intereses muy distintos al bienestar del “oscuro e inepto vulgo”, que para ellos no es más que la materia prima de sus ambiciones.
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