Un grupo de empresarios de Medellín (distinto a los “cacaos”), pequeños y medianos propietarios de negocios de diferente índole, se han estado reuniendo, sin el despliegue de los funcionarios del sector oficial, para analizar la situación del país y estudiar estrategias que superen los preocupantes factores negativos que lo afectan. Además de la pandemia, cuyo daño a la economía es ostensible, la administración pública es calamitosa, influenciada por una polarización política ciega y carente de toda responsabilidad social, con los ojos puestos en las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales, más que en el futuro de la Nación.
Esta realidad exige que alguien con buen juicio y patriotismo asuma la responsabilidad de buscarle salidas a la encrucijada. Como en ocasiones anteriores, los antioqueños emprenden desde su patio acciones para sacar al país del atolladero. Ellos, los empresarios, ven con preocupación que Colombia está “descuadernada” y se consideran con derecho a intervenir porque pagan impuestos, generan empleos formales, traen divisas y demandan materias primas y servicios públicos. Es decir, son los puntales en los que se sostiene el desarrollo económico. Los antioqueños hacen gala de empuje empresarial y capacidad para superar dificultades.
La visión de sus dirigentes y el sentido de pertenencia les otorgan títulos suficientes para liderar procesos que requieran unir voluntades en busca de objetivos superiores, por encima de divisiones mezquinas. Intereses como la contratación con el Estado, la administración financiera de los recursos oficiales y la vocación de poder de algunos empresarios, que sueñan con un pariente en la Presidencia, han creado una amalgama perversa, en la que, más que colaboración de lo público con lo privado o viceversa, hay una complicidad que estimula la corrupción. “Mano lava mano”, dicen con cinismo quienes apoyan las aspiraciones políticas de sus amigos, para ser retribuidos después con contratos ventajosos. Tan culpable es “el que peca por la paga como el que paga por pecar”, dijo acertadamente sor Juana Inés de la Cruz.
Con visión realista y vocación de grandeza los empresarios tienen que asumir una posición crítica frente al Estado, en todas sus instancias, representado por funcionarios mediocres, súbditos de mafias electorales. No se trata solamente de denunciar irregularidades, sino de liderar procesos para que personas sobre las cuales tienen influencia empresarios y líderes sociales abran los ojos al momento de elegir, piensen en el futuro de sus descendientes y no les coman cuentos a caudillos delirantes y a populistas. La filantropía, la capacidad ejecutiva y el razonamiento lógico de los empresarios, puestos al servicio de la comunidad, sin intereses políticos, sirven más que marchas de protesta y dádivas de oportunidad (limosnas), que tienen veneno aunque sepan a fresa.
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