A los pacifistas, hartos de sucesivos episodios violentos inspirados en fanatismos políticos o religiosos, o en la codicia desbordada, cuál de todos más absurdo, les cae como un bálsamo sumergirse en las páginas de historias nobles, que reseñan secuencias vitales de personajes que han servido a la humanidad con los recursos del talento, la formación académica, la iniciativa empresarial, la solidaridad social y el espíritu cristiano. Este último tan lejano de adalides que dicen ser sus abanderados, y desde la manipulación de las comunidades o la influencia política lo traicionan, amparados en que “el fin justifica los medios”, maquiavélica fórmula para justificar la violación de los derechos de los más débiles, el más sagrado, la paz. Lenitivo para soportar turbulencias sociales es el libro “Ernesto Gutiérrez Arango. Caminos, huellas y legado”, de Albeiro Valencia Llano (Editorial Manigraf, Manizales, 2019), en el que el docto historiador y donoso escritor transporta al lector por los episodios de la vida de un ciudadano que recorrió los caminos que las circunstancias pusieron bajo sus plantas, sin atenerse a la holgura personal para desconocer las necesidades del entorno social y no hacer lo posible a su alcance para remediarlas.
Ernesto Gutiérrez Arango fue, como graciosamente decía un intelectual vallecaucano, de los descendientes de noble estirpe en Buga, la Ciudad Señora, “de la familia de todas las estatuas”. Sus ascendientes, que provenían del oriente antioqueño, fueron ricos empresarios y dirigentes que ayudaron con sus luces y sus ejecutorias prácticas y eficientes a estructurar una sociedad próspera y justa, sin aprovecharse indebidamente del poder en beneficio propio. De idénticas raíces es su esposa, Bertha Botero Salazar, altiva y hermosa, de exquisita cultura y sensible corazón, compañera ideal para un hombre que con la misma destreza administraba empresas ganaderas o agrícolas, negocios de comercio, instituciones educativas o culturales o relataba historias noveladas, que le daban un toque amable a la trayectoria de la comunidad manizaleña y caldense, destacando valores humanos y hazañas cívicas, más que conflictos armados absurdos, que inspirados en fanatismos destruyen lo que la nobleza, los valores éticos y las virtudes morales, y el buen criterio, construyen.
La obra de Valencia Llano, inspirada en la figura de Ernesto Gutiérrez Arango, “sus caminos, sus huellas y su legado”, es la otra historia de Manizales y de Caldas; la del empuje cívico, la superación de calamidades públicas provocadas por fenómenos naturales, la reconstrucción de lo que el fuego enloquecido arrasó, el cultivo de la inteligencia, la unión de voluntades para alcanzar objetivos de grandeza y la largueza de la mano caritativa.
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