¿Podría afirmarse que “Recordando a Bosé”, la novela escrita por Orlando Mejía Rivera, es una evocación de esa Manizales que se fue? Yo afirmaría que sí. ¿Razones? La pluma de este médico que ha escrito sobre la medicina en la literatura nos muestra, desde la primera línea, esa ciudad romántica donde los estudiantes universitarios se entretenían escuchando una música que le dio identidad a los años ochenta: las baladas. Los sitios emblemáticos de esos que podríamos llamar años maravillosos se mencionan en la novela como espacios para el encuentro de los amigos que quieren evocar al calor de unas cervezas los momentos vividos como primíparos. En un relato apasionante, de prosa fluida, con un lenguaje fresco, el autor habla con alegría de la ciudad de sus sueños.
“Recordando a Bosé” nos trae a la memoria esa Manizales que todavía no se había extendido comercialmente hacia la Avenida Santander, donde el único sitio de encuentro era San Carlos. Ricardo Valenzuela, el personaje narrador, se reúne en este punto con sus amigos para hablar de sus preocupaciones existencialistas. Pero, además, para criticar el Estatuto de Seguridad del gobierno de Turbay Ayala, para escuchar las baladas de Joan Manuel Serrat, para debatir sobre sus ideas políticas y, sobre todo, para celebrar los buenos resultados en los parciales. La referencia a sus compañeros de universidad, (el paisita Marín, Jorge Isaza, Publio García, Luisito el malo) le proporcionan a la novela un valor especial: el valor de la amistad que se entrega sin esperar nada a cambio.
El tiempo cronológico de la novela está comprendido entre los primeros meses del año, cuando Ricardo Valenzuela ingresa a la universidad para iniciar su carrera de medicina, hasta ese 31 de diciembre cuando el personaje principal regresa de Cali para encontrarse con la familia en la celebración del año nuevo. En esos once meses está sintetizada la angustia de un hombre que durante muchos años alimentó el deseo de acabar con su vida. Valenzuela es un muchacho de dieciocho años apasionado por los libros, que encuentra en Rosana, una estudiante de derecho, su alma gemela. Con ella formaliza un noviazgo donde descubre lo que es el amor. Pero, a la vez, su celotipia. Esta lo lleva a tratar mal a la amada. De lo que se arrepiente cuando cree que la va a perder.
En ese noviazgo que se inicia cuando descubre a la muchacha en la cafetería de la universidad están explícitos los júbilos y las preocupaciones de Ricardo Valenzuela. Pero también la ciudad como escenario de sus encuentros. Manizales está retratada en una prosa de exquisita construcción. San Carlos, la Avenida Santander, La Ronda, el parque La Gotera, Timbalero, Tico Tico, La Suiza, Kien, las calles de Chipre y el estadio son referentes de una ciudad que en treinta años tuvo una transformación urbanística sorprendente. Este es el espacio geográfico de una novela que enseña cómo fue la protesta estudiantil contra el Estatuto de Seguridad y el allanamiento a las residencias universitarias para buscar estudiantes que las autoridades consideraron simpatizantes de M19.
“Recordando a Bosé” tiene un hilo argumental que despierta interés por el hábil manejo que Orlando Mejía Rivera le da a las historias. El lector se encuentra, en medio de esa desazón interior que vive el personaje, con la narración de hechos verosímiles. Uno de ellos, el encuentro que Valenzuela tiene en Tico Tico con el jugador de fútbol Américo Lobatón. Buscando que alguien lo matara para que le evitara así la angustia de quitarse él mismo la vida, borracho desafía al jugador. Pero este le da una lección: le dice que no es justo que alguien que apenas empieza a vivir quiera acabar con su existencia. El capítulo donde Lobatón le narra lo ocurrido en el partido Colombia - Rusia en el Mundial de 1962, en Chile cuando el jugador anotó el gol del empate, detiene la respiración del lector.
Para encontrar la calma que su espíritu requiere, Ricardo Valenzuela se refugia en los teatros a ver películas. Sus visitas a las salas de cine que entonces había en Manizales es un pretexto del autor para contar que aquí existieron los teatros El Cid, Fundadores, Caldas, Manizales, Colombia, Cumanday y Olimpia, que hoy solo son recuerdo del Manizales que se fue. Una ciudad, como dice Valenzuela, donde se camina sin prisa, con alma femenina, bañada por el sol de las tres de la tarde, besada por un viento que baja desde el Nevado del Ruiz, siempre alegre, ajena a la melancolía. Por todo lo anterior, “Recordando a Bosé” es una novela que retrotrae la memoria hacia una década, los años ochenta, que dejó huella en la ciudad. Una novela bien escrita, de prosa alegre, que despierta en el lector viejas nostalgias.
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