Es agónica la depresión como enfermedad. Quien la padece disuelve alegrías en lágrimas y difumina emociones en llantos de tristeza. En lo secreto, fuera de cámaras, cuando yace en medio de la nada y naufraga sin faro en una noche oscura, lanza gritos de silencio para desahogar su desesperanza. Cuando no encuentra la paz, su miseria se alimenta de una pena que se hace más fuerte, más intensa y más poderosa. En esta circunstancia, poco le sirve como bálsamo al corazón del afligido: ni las oraciones matinales, ni lo opíparo de la vida, ni el auxilio del amigo, mucho menos el abrazo del extraño. Cualquier vendimia espiritual desaparece en la hondura del abismo que la nostalgia construye.
Quienes se han confrontado con el abatimiento emocional, comprenden en profundidad lo que la angustia significa. En medio de su padecimiento, el dolor adquiere otra dimensión, una connotación metafísica que desnuda su carne, la expone sin protección a la laceración perpetua y la quema con brasas ardientes de recuerdos que provocan un sangrado incesante. Se podría decir que en este punto no se vive para sufrir, se sufre por vivir. Es un ahogo que no quita el hálito vital pero que sí asfixia permanentemente hasta la desesperanza. El mañana se confunde con el ayer y el tiempo se borra en un eterno hoy que añora el hades. Cuando el hombre se encuentra en esta cogitación descubre la sinuosidad de la realidad. Lo que era ya no es, lo que brillaba se ha vuelto opaco, lo bello ahora palidece en lo feo, la risa se convierte en lloro y el día en noche. Altos y bajos son persistentes, pero ¡hay Dios!, como duelen las caídas.
Las congojas lastimeras que brotan como espinas, hirientes y punzantes, fueron literariamente descritas por Juan de Dios Peza en su famoso poema “reír llorando”. En él, relata una subsistencia que pisa abrojos vestidos de seda para disimular el calvario de un alma afligida. Garrik, su personaje principal, en medio de un insondable declive que le es imposible superar, con desparpajo acepta “Nada me causa encanto ni atractivo; / no me importan mi nombre ni mi suerte / en un eterno spleen muriendo vivo, / y es mi única ilusión, la de la muerte”.
Esta insufrible melancolía no le es extraña a nadie. Tal vez sea la pérdida de un ser querido, una decepción amorosa, la quiebra repentina de nuestros negocios, la inesperada desaparición de un hijo o el abrupto desvanecimiento de lo que antes considerábamos los pilares de nuestra vida. Cualquier evento que supere nuestras fuerzas y produzca un agobio extremo, un mal insoportable o un quebrantamiento de enormes proporciones, puede elaborar en la psique una falsa idea de la muerte como solución.
Y aunque todos -o al menos algunos- lo hayamos contemplado, seguimos aquí, luchando cada mañana, haciendo del esfuerzo nuestro ideario y de la fe nuestra prédica. Continuamos adelante porque adoramos la vida, con sus valles y sus cimas, con sus glorias y fracasos, con sus penas y gozos. Veneramos lo que ella representa y lo que nos trae. Exaltamos la pasión, la belleza, la dulzura de fruta madura, la delicadeza de la piel femenina, la gravidez de las ideas, la locuacidad de las palabras. Amamos la imperfección de vivir porque de esta forma apreciamos la magnanimidad del albedrío.
“No estás deprimido, estás distraído” es el título de la obra de Facundo Cabral a la exaltación de la felicidad del hombre y la apreciación de la existencia como un tránsito terrenal hacia lo bueno y lo sublime. Reconoce la sima como una etapa natural, un paso ciego que debemos recorrer para llegar a la iluminación.
Si quien lee estas cortas líneas reconoce en su propia experiencia la depresión y la tristeza como un sentimiento que lastima y duele, recordará que la vida sigue, que su paso terrenal es un continuo aprender y desaprender y que nada de lo que suceda nos lastimará si no se lo permitimos. Aquel desconsuelo será sepultado por los días y reemplazado por la Gracia Divina. Nada es constante, todo es cíclico. Nada es permanente, todo es temporal. La aurora se renueva cada día, y con ella la misericordia del Creador que nos posibilita seguir adelante.
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