El mundo se ahoga en pánico. Cada día aparece una noticia que es difundida a través de redes sociales o algunos medios con perturbada voracidad. Hace algunos meses nos ahogábamos en reportes sobre el peligroso destino de nuestra región por el aumento de los movimientos de marchantes que abogaban por cambios sustanciales en los estados latinoamericanos. Posteriormente fueron los registros del invierno más caluroso de la historia los que prendieron las alarmas sobre la inminencia de un declive en la sustentabilidad de nuestro entorno. Entre tanto, siempre existen locatos desvergonzados que se ven a sí mismos como mensajeros de Dios y arrojan fechas que aseguran como los tiempos finales. De hecho, hasta el siglo XIX se habían registrado al menos 89 profecías apocalípticas diferentes a la contemplada en la Biblia, mientras que en el siglo XX y lo que ha transcurrido del XXI, el número se ha acrecentado en 27 teorías nuevas.
Ahora ha sido una extraña enfermedad causada por el coronavirus que ha sido bautizada como “Covid-19” la que ha exacerbado los ánimos de todo el planeta creyendo que el fin de la raza humana se acerca. Un pequeño brote de esta enfermedad desconocida se ha convertido en menos de tres meses en un grave trastorno global que ha lesionado severamente la economía, el turismo, la educación, la cultura y el modo de vida de todas las naciones de la tierra. Desde su aparición, el miedo es el común denominador en los medios informativos. Hoy se ha puesto a prueba la capacidad de reacción de los gobiernos más poderosos del orbe con inusuales medidas de salud pública. China, con 80.000 contagios y 3.158 muertes confirmadas, e Italia con 10.100 contagios y 631 decesos; son las naciones más lesionadas por el número de fallecimientos y lideran épicas batallas para confrontar el brote que empieza a ceder. En efecto, las medidas adoptadas van desde el aislamiento de los afectados o la prohibición de acercamiento físico a menos de un metro de distancia hasta la cuarentena preventiva de 60 millones de personas en China o, lo que parecía impensable, de toda Italia.
Pero el terror no se detiene. En la actualidad algunos medios de información y de manera general las redes sociales, difunden con excepcional rapidez las noticias amarillistas que crean de manera irresponsable un temor basado en supuestos en lugar de verdades. Algunas publicaciones, ávidas de lectores y visitas, priorizan la sangre y la muerte que se generan con las catástrofes humanas antes que las ideas que cimentan un desarrollo positivo entre sus semejantes. Esta es una de las lecciones que va dejando el coronavirus. Aunque su tasa de mortalidad resulta excepcionalmente alta en pacientes mayores de 80 años con enfermedades respiratorias subyacentes, aún se mantiene por debajo de otras más conocidas pero menos temidas como la influenza, que afecta cada año a 26 millones de personas y registra cerca de 14.000 muertes. Sin embargo, el pavor que ha causado ha tenido la capacidad de derribar los mercados financieros a niveles de 2016, restringir la movilidad en todo un país, confinar a más de 120 millones de personas en sus hogares, suspender clases en colegios y universidades y movilizar cerca de 100 mil millones de dólares para estimular una economía golpeada por la crisis. Duele el alma por las personas que han fallecido en la actual situación. Sus familias requieren del apoyo y solidaridad de todos. Pero el Covid-19 debe combatirse con calma y programar las medidas de acción para que estas no afecten la normalidad en la vida de las personas.
Informar es un acto de responsabilidad. El comunicador debe ponderar los hechos, evaluar su lenguaje, medir los impactos, advertir las consecuencias y ante todo, ser veraz e imparcial en su proceso investigativo. Resulta lesivo para la sociedad como colectivo advertir sobre un pánico inminente con daños que son sobredimensionados, pues ello puede generar mayores efectos colaterales que los que precisamente busca evitar.
Esta columna la he escrito desde Alemania donde me encuentro realizando una investigación académica. Más allá de la alarma generalizada de los medios de comunicación, la cotidianidad resulta apacible y tranquila, no se ha registrado desabastecimiento en los alimentos y las medidas adoptadas por las autoridades apenas se perciben en las calles. Nada ha cambiado. El miedo que transmiten muchos medios globales no se percibe más allá de las noticias pues en cada mañana recordamos que con o sin epidemia, la vida continúa, el sol nos llena de energía y Dios renueva sus misericordias.
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