Hace algunos días he estado pensando en don Saúl, un hombre trabajador, juicioso, que cuida de su familia, tiene 60 años y toda su vida se ha dedicado a lo mismo, el trabajo en el campo. Él se levanta a las 4:30 a.m. todos los días para trabajar y lo que allí ocurre realmente es para valientes, toda una aventura.
El día inicia con un sol inclemente que aumenta la temperatura rápidamente, las pendientes típicas de nuestra región que dificultan caminar, los insectos aterradores pasean con naturalidad por todas partes, el peso de los frutos que debe recolectar, las distancias entre el cultivo y su casa, el tiempo que debe esperar para que brote la primera matica dando señales de una siembra exitosa, y los abonos; ojalá fueran orgánicos pero a don Saúl no le alcanza, son muy buenos para la salud pero más costosos. La lucha interminable con las plagas que se ocultan en las raíces, pasan volando y se pegan de los frutos; los grillos grandes y cafés que salen de las peores pesadillas y se comen las hojas que alimentan las plantas, y ahora el agua… si llueve mucho se ahoga el cultivo, si llueve poco no hay alimento para las plantas ¡qué dilema!, mucho sol, poco sol ¿quién controla esto?
Además, debe seguir un par de recomendaciones para su cosecha. Don Saúl, no se le olvide poner una polisombra, haga surcos de tanto por tanto, recoja a tales horas de la mañana para no lastimar la planta, haga análisis de suelos para saber qué abonos y en qué cantidades los debe aplicar, deje descansar la tierra después de cosechar. Al final de la jornada don Saúl tiene las manos resecas, las uñas llenas de tierra, estuvo de pie todo el día o agachado en el peor de los casos, lo picaron las hormigas y los moscos, las arañas mortales lo persiguieron, y tuvo que quitar plantas invasoras alrededor de su cultivo. Después de todo esto hay que rogar para que al final el fruto tenga buen sabor, forma y color.
El trabajo de don Saúl es difícil como todos, tiene cosas buenas y satisfactorias. Lo aterrador aquí es que Arturo, el comercializador, hace su labor más difícil, pues quiere pagar menos de lo justo. Un manojo de cilantro puede valer $300, el cual se toma 2 meses para cosechar. La zanahoria se tarda 3 meses, los aguacates 5 años, ¡5 años! ¿Cuántos árboles tiene que sembrar para hacer el salario mínimo de este año? ¿De qué vive mientras llega la primera cosecha? No olvidemos que hay que sacar dinero para abonar.
Por favor Arturo comercializador, no pida que le rebajen, no abuse, ¡pague lo que es!, tanto trabajo, sacrificio y esfuerzo para que no sea recompensado justamente. Será por eso que los hijos de los campesinos no se quedan en casa y quieren ir a buscar dinero en la ciudad, porque financieramente no es sostenible tener un cultivo. A lo mejor no es el factor determinante pero seguramente sí es considerado a la hora de tomar la decisión. Una cosa lleva a la otra.
¡Vamos a pagar por el cilantro!
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