Hay fechas que quedan por siempre grabadas en la memoria, quizás como tinta indeleble o huella imborrable. Es increíble cómo se puede regresar en el tiempo, y hasta verse a sí mismo cual si fuese otro espectador, para ubicarse en ese preciso día e instante, y recordar en qué sitio se encontraba, qué estaba haciendo y quién lo acompañaba. La imagen está ahí, detenida, inmutable, pero viva.
Ese 2 de noviembre de 1995 había decidido pasarlo en la finca paterna, en el municipio de Neira, vecino de Manizales. Estoy acostado en una hamaca leyendo un libro que versa sobre el peligro que entrañan los monopolios en las telecomunicaciones de los Estados Unidos. A unos pocos metros está mi viejo, ataviado con su sombrero aguadeño y traje de campo, regando con dedicación las flores de su bello jardín. De pronto, entra la llamada telefónica para transmitir la triste y devastadora noticia del crimen de Álvaro Gómez Hurtado.
Los sentimientos y pensamientos llegaron todos al galope… incredulidad, desazón, rabia, dolor, impotencia, orfandad. Cerré mis ojos para evitar que se fugaran las lágrimas, pero fue tarde. Ya corrían descendiendo por mis mejillas. Quedé ahí, inmóvil durante un buen tiempo reflexionando el porqué de las cosas terribles que pasan en mi país.
Mi padre se me acercó, y se sentó en silencio a mi lado para acompañarme, pues sabía del inmenso respeto y admiración que hacia aquel tenía. Y es que no podía ser de otra manera. Me inicié en la política a muy temprana edad en el Alvarismo, al lado de otro gran hombre llamado Rodrigo Marín Bernal. Fui primero electo representante a la Cámara por Caldas y después Senador, en representación del Movimiento de Salvación Nacional, fundado precisamente por este mártir de la democracia.
Tengo gratos recuerdos de él, como cuando acompañó el lanzamiento de mi candidatura a la Alcaldía de Manizales en 1990, siendo yo apenas un recién egresado de la facultad de Derecho de la Universidad de Caldas. ¡Qué honor y qué orgullo sentí de verme respaldado en esa primera aspiración por este gigante de la política nacional!
Pero hay un día especial que atesoro como único, y fue cuando me citó para hablar en su oficina ubicada en el World Trade Center de Bogotá. Fue a escasos días de su vil asesinato. Para la fecha era yo senador y hacía parte de la Comisión Segunda del Senado, que se ocupa de las Relaciones Exteriores y Defensa, entre otros asuntos. Esa tarde asistí absorto a una cátedra de historia, cultura universal y política. Evidentemente tuve la certeza de estar frente a un ser de otra dimensión.
Un tema en particular era preocupación suya. Veía necesaria la transformación de la Policía Nacional, institución que estaba en el peor descrédito después de la violación y muerte de una menor de edad dentro de las instalaciones de la Estación 14 de Policía en Bogotá. Como homenaje a él logramos en compañía del director general Roso José Serrano y el general Pulido Barrantes, sacar adelante la reforma a esa entidad, la cual ha dado grandes frutos.
El pasado 8 de mayo se celebró el centenario de su natalicio. En buena hora el presidente Iván Duque realizó una emotiva ceremonia en la que exaltó la vida de su maestro y amigo. Y todos los que fuimos sus discípulos, nos sentimos reivindicados con el anuncio de designar la sala de juntas de la Presidencia de la República, con el nombre de Álvaro Gómez Hurtado, que, si bien no fue primer mandatario de los colombianos, es como si lo hubiera sido, por su estatura moral y gran talante.
Con su muerte sufrió Colombia, que se dio el absurdo lujo de perder al más brillante y preparado de sus políticos para gobernarla. Nos queda de legado su Acuerdo sobre lo Fundamental, que no es otra cosa que las bases sobre las cuales cimentar la supervivencia política y social de nuestra nación. Deberíamos hacerlo en honor a él.
Ese 2 de noviembre… ¡pesa en el alma!
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