En Colombia ha ido creciendo la desconfianza y la decepción en las instituciones establecidas. La corrupción y la falta del gobierno han sido ocasión para movilizar la sociedad del escándalo y el escarnio, como la enuncia el filósofo contemporáneo Byung Chul Han. Una sociedad que con acceso a los medios pone al descubierto las humanas flaquezas de los líderes y toda su perfidia. Esta sobreexposición en las redes, profundiza el escepticismo sobre lo instituido, el Estado, los gobiernos de turno, los partidos políticos, las empresas y hasta las instituciones educativas. Pese a todo este movimiento de desprestigio y de desilusión colectiva, aún es creíble la educación, hay un reconocimiento al título académico como certificación de conocimiento adquirido y de una formación integral y de calidad.
Los datos son muy contundentes: En reciente encuesta (¿Qué piensan los jóvenes? Cifras y Conceptos, febrero 2020) los jóvenes confían en las Universidades Públicas (73%), Universidades Privadas (62%), Fuerzas Militares (47%), Iglesia Católica (40%), Iglesia no Católica (34%), Congreso (12%). Las universidades son las de mayor credibilidad ante los jóvenes.
Pero hay otros indicadores más fuertes: El resultado del Barómetro de la Reconciliación presentado por el Programa de Alianzas para la Reconciliación que operan USAID Y ACDIVOCA, en el Festival Gabo 2019, mostró que el 83,9% de 11.000 ciudadanos de 44 municipios colombianos desconfía de los medios de comunicación, el 63,7% no confía en el Ejército, el 86,1% no confía en los empresarios, el 83,1% no confía en las organizaciones sociales, el 90,1% desconfía del gobierno local, el 92% desconfía del gobierno nacional, el 95% desconfía de los partidos políticos y el 58,2% desconfía de la iglesia.
El capital social, entendido como confianza en el país, está profundamente deteriorado, lo que resulta particularmente preocupante en el caso de los jóvenes, la generación que tendrá a cargo el país del futuro.
El reto para las instituciones colombianas en este panorama es la renovación, la actualización permanente desde sus principios y propósitos, para volver a dar señales de confianza y credibilidad a los jóvenes. Para enamorarlos, para persuadirlos, no bastan solo discursos, se necesita una ética que se actúe en la práctica y que puede contrastar con la crisis de otras instituciones en el contexto.
Hoy hay en los jóvenes una búsqueda de verdad, de valores, de sentido, de espiritualidad. Las Instituciones educativas del presente no deben formar solamente mano de obra útil sino, que de acuerdo con su naturaleza, deben apostar a la formación de seres humanos integrales capaces de transformar el mundo desde su conocimiento, empatía y sensibilidad.
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