¡Felices Pascuas! El tiempo de la esperanza. Esa esperanza que el papa Francisco le decía a la juventud en Colombia que no se la dejara arrebatar, es la que debemos cultivar con cariño y decisión si queremos darle un nuevo sentido a la vida.
Aunque muchos queramos permanecer convencidos de que la esperanza es lo último que uno pierde, la contundente realidad en que vivimos parece evidenciar constantemente lo contrario. A veces, como una llama tambaleante, la esperanza ha tenido que resistir el oscuro aliento de los profetas de la muerte que presagian un futuro de ruinas y un horizonte extraviado. La muerte, la exclusión, el sufrimiento, el odio, la negación, la discriminación no son la última palabra. La vida se impone.
La esperanza es esa mirada instruida por el Espíritu que atraviesa todo límite, ese poder infinito que aniquila la nada para rescatar la vida de entre sus garras. Por pequeña que sea la esperanza, brilla incontenible hasta abrirle grietas a la oscuridad; ella hiere de claridad la noche de las guerras; ella despeja el camino a la razón peregrina; ella pone al descubierto los rostros de la soberbia; ella arde inextinguible ante osadas injusticias; ella deslumbra con su sencillez los laberintos del egoísmo, las cuevas del poder y las madrigueras de la corrupción.
La Esperanza es un don de Dios, un regalo de Dios, que cada cristiano debe transmitir. En efecto, la esperanza es la clave de lectura de un cristiano. Gracias a la esperanza es posible ir delante de la historia, abriendo caminos, descubriendo lo germinal. Es una clave que nos permite ver siempre la luz al final del túnel. Es una clave que se potencia con una profunda confianza en Dios. Esperanza y confianza se nutren mutuamente.
Sembrar la esperanza es trabajar por la paz, por la justicia, por la equidad, pues, a través de ellas, construimos el Reino de Dios. La huella indeleble de los cristianos es esa mirada de esperanza con la que podemos encarar el futuro, porque desde el presente lo estamos construyendo.
La esperanza no es un opio que aletarga, sino lo que da la fuerza y energía para un espíritu que quiere dejar huella en la historia. Aceptar que la transformación de la realidad es la gran misión que tiene la humanidad. En este sentido son los jóvenes, los llamados a ser portadores de la antorcha de la esperanza, pues su poder transformador radica muy particularmente en la capacidad de asumir riesgos, de no dejarse contentar con lo establecido, sino por el contrario, cómo lograr hacer cambios.
Comparte vida, comparte esperanza.
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