La prostitución no es un trabajo, sino una tortura; no es una labor, sino una humillación a la dignidad humana; no es un negocio, sino un atentado de género. Así lo señalaba una mujer que desde los 14 años la mamá la había puesto a ejercer la prostitución. Este se podría decir que es un grito existencial de aquellas personas que, obligadas, llegaron a la prostitución.
El tema ha tomado mucha relevancia por la defensa de las mujeres, y los niños y niñas que están encadenados a la prostitución infantil. En las legislaciones penales modernas y de trata de personas, la prostitución queda sentenciada a desaparecer. Pero ahí sigue. La sociedad la continúa permitiendo o aceptando. Es más, en el caso de las personas mayores, la insensibilidad lleva a que se asimile a una forma de ganarse el sustento diario. Los esfuerzos, como sociedad, para enfrentar la prostitución de menores han dado sus frutos. Las acciones focalizadas de la Fiscalía General de la Nación han sido ejemplarizantes. La tolerancia cero a al turismo sexual de menores ha sido otro paso adelante, pues además del tremendo daño antropológico a los niños y niñas, dejaba una mancha en una nación que permitiera este tipo de delitos. Una sociedad con plena consciencia de cuidado de sus nuevas generaciones no puede bajar la guardia en la erradicación de la prostitución infantil.
Las altas cortes también se han pronunciado en distintas oportunidades sobre el tema y en una sentencia de tutela señala, que es inadmisible cualquier tipo de discriminación. Y si bien se ha enmarcado el asunto en la libertad de trabajo, también es cierto que se han señalado los graves riesgos a la dignidad humana que se corren. En una audiencia en la Corte Constitucional, la Defensoría del Pueblo señalaba: “Las personas que lo ejercen están sujetas a distintos riesgos como ser víctimas de violencia física, psicológica, sexual, feminicidio, contraer enfermedades de transmisión sexual, embarazo no deseado, exposición de drogas, alcohol”. Todos estos riesgos cuestionan a fondo la dignidad. Igualmente, la Procuraduría ha expresado la necesidad de incluir una perspectiva de derechos humanos para evitar recudir el análisis a la órbita laboral.
La perspectiva del Evangelio sobre el asunto ha sido más de buscar la redención de la persona, pero también ha ido más allá, al valorar otras dimensiones de su vida. En efecto, en el Evangelio hay un pasaje que señala Jesús: -Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios… (San Mateo 21,31). Tratando de escudriñar en este pasaje, podemos observar que hay una valoración muy profunda de estas personas que han tenido que pasar por situaciones en las que, no obstante las condiciones de vulneración de la dignidad, no dejan marchitar la capacidad de amar, sino que, por el contrario, paradójicamente se convierten en fuentes de vida.
La dignidad de las personas es un bien que le da sentido a la vida. Permitir y aceptar la prostitución es dejar una fisura que puede generar inmensos cráteres tanto en la estructura de la persona como en la social.
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