Sobre el porte de armas de personas civiles está comprobado, a nivel mundial, que eleva la violencia. Las voces de angustia y desesperación de algunas comunidades que están siendo asediadas por bandas criminales y terroristas, hay que entenderlas. Pero la solución no es la flexibilización del porte de armas de manera indiscriminada. La única solución es el fortalecimiento del monopolio de la fuerza por parte de las autoridades militares y de policía. Y en eso no nos podemos equivocar.
Las noticias de fin de año con la flexibilización del Decreto 2362 de prohibición del porte de armas a través de las excepciones que reglamenta el Ministerio de Defensa, no fueron las mejores. En su momento se abrió la polémica sobre los efectos que tenía el porte de armas y salieron a relucir muchas evidencias empíricas a lo largo del mundo sobre el tema, muchas de las cuales mostraban la correlación entre porte de armas y violencia. Los ejemplos de Australia, Escocia y Japón son muy contundentes, donde con unas normas muy estrictas que prohíben el porte de armas, lograron reducir las tasas de homicidios.
Tampoco son buenas las noticias que hizo públicas el expresidente Uribe y hoy senador, según las cuales en el departamento del Cesar hay deseos de rearmarse los civiles, recordemos la fuerza grande que tuvo el paramilitarismo en una época en esa región. Tampoco es buena la noticia que publicó Semana sobre una célula armada en la Universidad de Antioquia supuestamente para evitar la violencia. Brigada Nacional 18 se supone que es el nombre de esa célula que estaría armada y que amenaza a los “comunistas”, que según la publicidad tendría tintes neonazis. Este tipo de manifestaciones deben ser sofocadas con toda la fuerza, pues las autoridades deben enviar un mensaje muy claro de no permitir manifestaciones violentas que quieran por las armas imponer su visión de vida o política.
No podemos dejar que los rearmes legales o ilegales vuelvan a poner en aprietos a la sociedad colombiana. Permitirlo sería sencillamente jugar con candela. La sociedad, como un todo, debe rodear a las autoridades que tienen el monopolio de la fuerza para que sea el imperio de la autoridad la que se imponga.
Mucho dolor de cabeza generó el paramilitarismo, no solo por su crueldad y violación de los derechos humanos y la dignidad humana, sino por el daño que generó en las estructuras militares del Estado que, no pocas veces, cayó en la tentación de dejarle el “trabajo sucio” a estas estructuras ilegales.
La consolidación de la paz en el país, pasa por el desarme completo de la población y por el fortalecimiento de la presencia del Estado. ¡No juguemos con armas!
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