Mucho se ha hablado y escrito sobre el nombramiento de Matilda González como nueva Secretaria de la Mujer y Equidad de Género de Manizales. Para fortuna de la ciudad, parece no haber dudas sobre su competencia para el cargo, por su preparación y hoja de vida, y con este nombramiento se da un paso importante en el reconocimiento de las libertades y derechos de las minorías. Manizales se muestra así al país como una ciudad abierta, moderna, inclusiva, y se pone a tono con Bogotá, que cuenta con la primera alcaldesa mujer diversa de la historia.
En nuestro ambiente tradicionalmente conservador, me es muy común encontrarme con personas homofóbicas. De esas que aún por razones de su gusto personal preferirían no compartir sus espacios con parejas gay. De los que dicen respetarlos, siempre y cuando estén escondidos y que no se muestren en público, porque les parece desagradable. Hemos conocido recientemente un nivel más alto en la escala de la homofobia, manifestado por personas que en su mayoría pertenecen a ciertos movimientos religiosos con tendencias, para mí, radicales, Cristianos, Opus Dei, Emaus, Regnum Christi, y a movimientos políticos como el Centro Democrático, -sin pretender señalar que necesariamente todos los que están en estos grupos piensan igual-, quienes consideran un irrespeto a su religión el nombramiento de una persona trans en el gabinete municipal y se han propuesto exigir su retiro. Motivan a sus seguidores recordándoles el rotundo éxito que tuvieron con su campaña contra las cartillas que promovían la “perversa ideología de género”.
“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”, fue el mandamiento que les dio Jesús a sus discípulos en la última cena. La postura oficial de la Iglesia Católica es el rechazo a las prácticas sexuales de la comunidad LGTBI, aunque existen colectivos y plataformas que se dicen católicas y defienden sus derechos. Ya decidirá cada católico qué postura adoptar con base en sus creencias más profundas, cada uno está en su derecho. Pero no olvidemos que este es un país laico por Constitución y que ninguna religión nos puede ser impuesta por obligación.
Mi consciencia ética me obliga a respetar a mis semejantes, sean cuales sean sus creencias. Creo que aquellos defensores de la “moral y las buenas costumbres” pecan gravemente, y si existiera el juicio final, serían condenados por su falta de amor y respeto al prójimo y su ausencia total de empatía. Cabría aquí preguntarnos, qué es más inmoral: ¿una persona trans en cabeza de una Secretaría, un corrupto, un desnudo en una iglesia o un sacerdote abusador?
Mi grupo familiar primario, compuesto por diez personas, es un bello ejemplo que quisiera compartir: cinco son católicos, uno es ateo y cuatro somos agnósticos. Nos queremos, respetamos, y nadie se siente moralmente superior a los demás. Entendemos que la naturaleza humana es diversa y estamos de acuerdo en que cualquier persona tiene los mismos derechos, independientemente de su identidad sexual.
Dijo Lennon en su inmortal Imagine: “imagina un mundo sin países, sin religiones, […] sin infierno bajo nosotros, sin nada por qué matar o morir, […] imagina a todo el mundo viviendo en paz, compartiendo el mundo”. Aquí tenemos que caber todos, debemos aprender a respetarnos. Como mujer me siento totalmente representada por Matilda González. He leído con atención sus recientes entrevistas y la percibo como una mujer estudiosa, sensible, con total apertura frente a las críticas y con un tono sosegado que invita a la comprensión. Estoy segura de que, si la dejamos, tendrá un excelente desempeño como funcionaria pública. Eso es lo que necesitan este país y el mundo: gobiernos empáticos, abiertos, que escuchen a las nuevas generaciones y entiendan que como humanidad, debemos desaprender, corregir patrones excluyentes, evolucionar.
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