Un querido amigo español me mostró hace algunos años un artículo bastante entretenido titulado “Una monarquía en los Andes”. En el texto, un periodista ibérico que trabajó durante varias décadas en Colombia como corresponsal de Televisión Española, le explica a otro amigo suyo, de forma muy didáctica, cómo ha funcionado y funciona la política en este país de apellidos y abolengos, aunque a veces no lo parezca. Mi amigo -muy madrileño él-, me advirtió que el resumen resultaba bastante acertado para alguien que no tuviera idea de cómo se manejan aquí los intríngulis de la política (que luego él mismo pudo ver de primera mano porque se quedó viviendo aquí, dichoso, durante varios años).
Decía, pues, que el autor le cuenta a su amigo, grosso modo, cómo es que funcionan las cosas en estas montañas: quiénes son las familias que han manejado y manejarán este país -los Santos, los Lleras, los Turbay, los López, etcétera-, y por qué parecemos destinados a seguir perpetuando por años ese modus operandi. Porque no nos digamos mentiras: aquí llevamos décadas con las mismas generaciones de apellidos que así nos tienen, duélale a quien le duela. “Por eso estamos como estamos”, como tanto nos gusta repetir.
El artículo tuvo un error de cálculo, pero no por eso resulta menos válido: auguraba, casi con total certeza, que el sucesor de Santos sería Vargas Lleras, “nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo, quien a su vez es primo del expresidente Alberto Lleras Camargo”. No pasó, ya lo sabemos, pero démosle tiempo: dicen por ahí que la política es dinámica, y el poder es un dulcecito demasiado apetitoso para quienes lo han saboreado durante años.
Aunque la crónica muestra un panorama nacional, basta voltear la vista a cada región del país para encontrar una copia casi exacta de lo que describe. Caldas no es la excepción, ni la ha sido: ya a mediados de los noventa, una investigación del diario El Tiempo advertía cómo la dinastía de los Yepes, Ómar y Arturo, ponían a diestra y siniestra a sus familiares en cargos públicos, y hoy el nombre del patriarca conservador continúa más vigente que nunca.
Pero, claro, no es el único. Produce cierta risita condescendiente, por ejemplo, leer que el Centro Democrático llegó a un “consenso” sobre el nombre de su próximo candidato a la Gobernación, Camilo Gaviria, cuando todo el mundo sabe que no es cualquier aparecido, aunque no tenga un ápice de experiencia política. ¿Habrá tenido algo que ver que su madre -exsenadora, excandidata a la alcaldía-, sea fundadora y cabeza del directorio departamental del partido por el que se lanza?
Pero en fin, esa parece ser la condena de nuestra estirpe, el camino natural: los padres pasándole el testigo a los hijos, el poder quedándose en casa. No en vano, en el artículo que me pasó mi amigo español, el periodista termina advirtiendo: “Me costará decírselo, pero mi amigo tendrá que saber que cuando él y yo estemos abonando malvas reinará en Colombia algún hijo de la Casa Samper, de la Casa Pastrana, de la Casa Turbay, de la Casa Galán o algún otro heredero, infanzón o dueño de señorío porque en Colombia siempre que viene al mundo un hidalgo de estas estirpes pregunta, como hace la gente educada en las carnicerías: ¿Quién es el último?”
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