Hasta hace apenas unos años se miraba con sorpresa a aquel que confesara leer regularmente periódicos como el New York Times. Y no solo porque esa revelación tuviera implícito un cierto arribismo intelectual, sino porque, para entonces, el diario neoyorquino era una cosa alejada, llena de noticias que apenas tocaban a este lado del mundo. Lo mismo podría decirse de periódicos como El País, de España, enfocados por lo general -aunque no exclusivamente- en sus propios asuntos internos. Ni siquiera la aparición del Internet había cambiado mucho el panorama, porque, a pesar de que el acceso a sus portales estaba a un solo un clic, estos diarios continuaban siendo consumidos por una pequeña minoría, y no representaban una injerencia demasiado significativa afuera. Colombia ha aparecido en sus páginas desde hace años, es cierto, pero casi siempre de manera transversal.
De un tiempo para acá, sin embargo, la estrategia cambió; presionados por la crisis global que afecta a la prensa, los medios internacionales decidieron abrir sus fronteras y hoy compiten codo a codo con los colombianos por informar sobre lo que sucede aquí. Y, a juzgar por los últimos acontecimientos, parece que están ganando la batalla. De un momento a otro la mayor amenaza para los medios tradicionales no parecen ser los emergentes (aunque hay varios que llevan años afianzándose y tienen su audiencia), sino los renombrados extranjeros que llegaron a hacer periodismo.
Y mientras los medios nacionales siguen dejando en evidencia sus fracturas e intereses (el despido de Daniel Coronell de Semana es quizás la gota que rebosó la copa y un golpe tremendo para la credibilidad de la revista), los internacionales continúan ganando terreno: no es casualidad, al final, que en apenas pocos días dos artículos del New York Times hayan causado tremendo revuelo en el país (uno sobre las polémicas directrices que podrían revivir los llamados “falsos positivos” y un editorial en defensa de la paz), o que El País de España se encargara de revelar que el recién ascendido general Nicacio Martínez hubiera dirigido, hace unos años, una brigada responsable de hacer pasar a civiles por muertos en combate. Mientras tanto, los medios nacionales parecen estar pasando de agache o guardando un silencio que solo podría entenderse como cómplice.
Pero quizás lo mejor es pensar con el deseo. Creer que este solo es un mal momento de unos medios que, en cualquier caso, llevan años sacando a la luz una cantidad de verdades incómodas que más de una vez han puesto en problemas al poder de turno. Y, ante todo, verlo como una oportunidad para que los medios tradicionales del país, más allá de la compleja coyuntura que están viviendo, se pellizquen y vuelvan a retomar el camino que llevan tiempo recorriendo: el del buen periodismo. Ojalá no sea muy ingenuo, ni sea tarde decirlo a estas alturas.
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