La semana pasada una columna del New York Times abordaba sin escrúpulos un problema tan común como difundido entre los hombres: ¿Por qué es tan difícil expresarnos el afecto? ¿Por qué parece estar mal visto que un hombre le diga a su mejor amigo “te quiero”?
No son preguntas menores, y menos en esta sociedad que sigue siendo tan machista. Las demostraciones de afecto entre hombres tienen todavía ese pudor oculto, ese miedo a mostrarnos vulnerables frente a la masculinidad que nos inculcaron: tenemos que ser machos, acuérdense, porque este género no llora ni se demuestra públicamente el cariño. Haga usted la prueba y verá, berraco lector: piense cuándo fue la última vez que un amigo le dijo te quiero sin tener tragos de por medio, solo por el hecho de expresarle lo que siente. ¿Hace meses? ¿Años? ¿Nunca?
Es un error muy común pensar que no debemos decir esas cosas porque “se saben”. Cuando un hombre se decide a expresar lo que siente por su amigo -con tragos de por medio, casi siempre, porque en sano juicio es más difícil-, suele utilizar las mismas fórmulas: “usted sabe que yo lo quiero mucho”, como si esa certeza tácita no fuera necesario recalcarla porque siempre va a estar ahí. Y no. Peor aún: alguna vez me pasó que utilizaron un tono impersonal para generar cierta distancia y seguridad: “se le quiere”. Es como si, usándolo, su masculinidad estuviera a salvo. Pero no es lo mismo.
Tal vez uno de nuestros mayores temores, y que sigue generando chistes fáciles, es pensar que demostrar el cariño con un te quiero, o con un abrazo, o con un beso, nos hace ver como unos maricas, cuando lo cierto es que la sexualidad no tiene nada que ver en este asunto (y si así fuera, da lo mismo). No nos hace menos hombres darle un beso en la mejilla a nuestro amigo si queremos así demostrarle el amor, al contrario.
Quizás no nos hemos dado cuenta -o mejor: no nos hemos dado la oportunidad de darnos cuenta-, de lo liberador que resulta un te quiero a esos amigos que la vida nos dio como hermanos. Porque aunque creamos que las cosas se saben, aunque asumamos que esa certeza no hay necesidad de reafirmarla, lo cierto es que la amistad no es algo que esté ahí para siempre; como a una planta, hay que regarla, cuidarla y cultivarla para que florezca. Y un te quiero es, quizás, la forma más efectiva.
Hace poco viví unos días particularmente difíciles en los que fue maravilloso contar con el apoyo de unos pocos amigos que, por fortuna, son parte importante de mi vida. Y no he desaprovechado la oportunidad para decirles que los quiero, aunque tengo claro que el amor no debe expresarse solo en los momentos complejos. Pero por si acaso no es suficiente, porque tal vez nunca lo es, aprovecho esta tribuna pública para volver a repetirles lo mismo que les he dicho en privado: los quiero mucho. Los amo.
Ahora ustedes, estimados hombres tan machos… ¿qué tal si intentan hacer lo mismo?
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