Un estudio reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) realizado entre veinte países, reveló que Colombia tiene el peor promedio de equilibrio entre el trabajo y la vida personal de sus ciudadanos. Eso significa, en palabras sencillas, que por pasarnos la vida trabajando se nos escapa el resto, mierda: la vida misma.
El estudio indica que el 26,6% de los colombianos trabaja más de 50 horas a la semana y que “al no haber un equilibrio entre el trabajo y la vida personal, son las familias las que resultan más afectadas”. Se entiende: si se nos va la vida trabajando para sobrevivir, pagarnos el carro último modelo o los caprichos de la sociedad, ¿a qué horas vemos a quiénes queremos? ¿En qué momento dejamos el celular a un lado para vivir?
Entiendo que la cosa no es tan fácil. Soy consciente de que, sobre todo en este país, la gran mayoría de las veces trabajar de sol a sol -como dicen los pobres hijos ricos de un expresidente-, apenas alcanza para lo básico, y a veces ni siquiera eso. Así que muchas veces toca, no hay de otra. Pero lo cierto es que también nos encanta el imaginario de trabajar, trabajar y trabajar, y tal vez por eso estamos convencidos de que una vida que valga la pena debe tener la agenda llena todos los días y vamos pregonando a los cuatro vientos que “perder el tiempo” es un pecado terrible.
No deja de ser curiosa esa condena del ocio, cuando es evidente que los grandes placeres de la vida se disfrutan, casi siempre, por fuera del trabajo (y cuando digo grandes no me refiero a costosos, ojo: conversar con los amigos, estar con la familia, leer un buen libro y un largo etcétera). Y no deja de ser curiosa porque, gústenos o no, el ocio es uno de los grandes retos a los que tendremos que enfrentarnos en el futuro.
La inteligencia artificial, que va a una velocidad inimaginable, no solo creará una revolución en la manera en que hasta ahora la humanidad ha concebido el trabajo, sino que acabará enfrentándonos a una cantidad considerable de horas muertas. Autores como el historiador Yuval Noah Harari o el economista Ryan Avent han tratado el tema en sus libros: ¿qué haremos cuando la IA reemplace los trabajos humanos y nos enfrente al ocio? Aunque paradójico, es probable que sea el propio ocio el que acabe dándonos la respuesta: ya encontraremos la manera de innovar, seguro. Pero en el intermedio habrá un montón de horas estériles.
Como sea, no estaría mal que empezáramos a cambiar la cultura laboral que tenemos. No es más productivo quien pasa el día entero en una oficina sentado frente a su computador, sin tiempo siquiera para ir a almorzar. Al contrario. Empecemos a abogar por el derecho a desconectarnos, a poder aplazar aquello que parece urgente, a darle prioridad a lo verdaderamente importante. No sea que, al final, se nos vaya la vida en medio de estrés, trabajo y reuniones.
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