Con el nombre de Serendipia publicó el candidato a la Asamblea de Caldas Beto Bedoya su segundo poemario. ¿Mas, qué es serendipia? Wikipedia dice: “Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual o por destino, o cuando se está buscando una cosa distinta.” Su primer poemario “Sinestesia” del año 2017 había llamado la atención de un público joven por su desparpajo y su concreta profundidad. Este poemario conserva bastante de la vitalidad y lo directo del primero, pero sobresale por ser más consistente. El poeta adquirió seguridad y con esa certeza explora otros terrenos, otros giros y otras aproximaciones. Las metáforas han madurado; la capacidad de asombro ha aumentado y como potente judoca el poeta subyuga al lector con muy pocos movimientos. Me imagino a Beto clasificando y gozando sus hallazgos afortunados, valiosos e inesperados admirado y satisfecho de que sobre él recae la paternidad de esos versos. Son versos hechos a la manera de espejos cóncavos o convexos en los cuales el poeta se mira logrando captar en la imagen distorsionada un reflejo de esa vida interior que como un torrente subterráneo no se sabe qué rumbo lleva, pero se sabe que lleva en su refrescante y nutricia agua, pintura y música disuelta.
En el poemario anterior creía percibir algo como que el poeta excusaba al político, pero con este nuevo trabajo entendí que Beto cumple ambos oficios y me gusta que este hombre implante una nueva imagen de ciudadano poeta. Ya no es el escuálido personaje demasiado ensimismado al que una generación de buenos poetas nos tenía acostumbrados, era evidente que ellos sufrían el peso de la indiferencia de una sociedad acerca de sus magníficos talentos, ahora vemos a un hombre fuerte, consciente que debe y puede luchar.
Así como metódicamente hace política, exigiéndose al máximo y despreciando fatigas y desplantes, este vital hombre lucha con sus demonios ajustándoles grillos literarios como: “Tanto me acostumbré a esparcirme en muchos cuerpos/ que perdí el mío/ además/ recargué mi alma/ Tan pesada está/ Que será difícil recogerme al momento de mi muerte.”; dando así un ejemplo de cómo se puede ser líder político y vivir intensamente la poesía y el arte.
En este trabajo Beto Bedoya logra plasmar un tipo de hombre, hace un retrato del interior del ser humano. Hay un pecador que comete pecados no por ser malo, sino por el afán de retar ciertas jerarquías de valores y también por el afán de experimentar. El poema Décimo Mandamiento refleja eso, no es maldad sino el afán de profundizar, de delimitar aspectos de la vida. En el poema Jansenista, de nuevo Bedoya perfila otra arista hablando del dolor. Encanta la capacidad de síntesis de Bedoya que no se detiene en discursos inteligentes, sino capta el problema del lado más directo y debe ser por eso su afán ante un público joven. El poema Gangrena parece inspirado en un cuadro sepia del pintor Francis Bacon: “…somos bordes purulentos de la misma úlcera…”, pero la metáfora aplica y claramente trasluce una intención que dista ser tan “putrefacta” como pretende ser en primera instancia. Es un trabajo profundo, profundo a la manera de Beto Bedoya, vacunado contra insípidos sentimentalismos, práctico porque va dirigido a la vida que rechaza lo bello por lo bello y nombra las cosas por su nombre. Cada poema tiene un eje filosófico adscrito a las más diversas escuelas, Beto es eclético como su ciudad natal, y no pretende crear un ambiente nebuloso como tantos escritores abusando del lenguaje y los sentidos. En este poemario, bellamente ilustrado por Guillermo Vallejo, se encuentra encerrado un poeta existencialista rebelde y fuerte que, si bien le gusta reflexionar sobre la vida, busca ansiosamente otra cosa.
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