Hace unos días, mi querido amigo y contertulio Guillermo me preguntó si ya había leído La sombra del presidente, la última novela de León Valencia. Le contesté que pronto lo haría, a lo que me conminó sin posibilidad de apelación con estas palabras: “empecé y no pude parar hasta terminarla, qué cosa tan brutal, léala y hablamos”. Pensé que no era difícil que Guillermo leyera un libro de tiro largo, pues es un lector tremendo, alguien curioso y particular, pues siendo destacado empresario y banquero, devora libros de historia, novela y biografías. Pero que yo leyera de tiro largo lo veía difícil, pues leo despacio y con pausas. Cuando finalmente abrí el libro no pude parar, no quería hacer otra cosa que leerlo, La sombra del presidente ocupó todo mi tiempo y espacio.
Debo hacer una anotación, lo que hoy se llama una declaración de intereses. Soy buen amigo de León Valencia desde hace 21 años, hemos cultivado una fraterna relación desde el día en que nos conocimos en Paipa, en 1999, durante un seminario organizado para analizar el proceso de paz que comenzaba en el Caguán. León había conducido exitosamente un proceso de paz a nombre de la Corriente de Renovación Socialista, una facción del Eln que había tenido el valor, a principios de los años 90, de ver el sinsentido de la lucha armada y había hecho el tránsito a la vida civil. Yo iba representando a la ANDI, los empresarios del país, donde era el encargado de todo lo relativo al proceso de paz de Pastrana con la clara instrucción de apoyar la negociación entre el Gobierno y las Farc, la que finalmente fracasó. Desde hace mucho tiempo veo a León como un intelectual liberal, de tendencia socialdemócrata, pero sobre todo como un gran escritor y por encima de todo como un amigo del alma; alguien que ha soportado con estoicismo las arremetidas de las mafias, de una oscura caverna fascista y del paramilitarismo, por sus revelaciones sobre lo más torcido y macabro de la política colombiana.
El libro La sombra del presidente es un gran trabajo de investigación histórica de las últimas dos décadas de la política nacional, que saca a flote oscuros, oscurísimos episodios de la relación entre política, mafia y violencia. Al mismo tiempo, crea poderosos y atrayentes personajes, los que son unas veces amalgamas de varios partícipes de carne y hueso de nuestra reciente historia; y otras veces, sin duda, nos hacen pensar en alguien concreto, como sucede con el expresidente Gregorio Echeverri y con Carlo Ferraro. Pero ojo, hay que estar atento a no dejarse llevar por las analogías y referencias automáticas que podamos hacer en nuestra mente. Por ejemplo con Ferraro, ineludiblemente pensamos que es un muy renombrado paramilitar, pero una y otra vez hay que pensar que va mucho más allá, que tal vez hay otras personas, otros personajes metidos en la piel de Ferraro o Carlos Rojano. El libro también hace referencias a personas que han existido, que jugaron un papel muy importante en hechos cargados de sangre y de coca, pero que nunca hemos sabido de ellos.
Lo más fascinante de La sombra del presidente es esa prodigiosa mezcla de historia y ficción, la tela de la historia tejida con hilos de ficción. Personajes sugestivos como Pastor Echeverri, Ana María Jaramillo, Alonzo Ferraro, Arnulfo Londoño, Pablo Botero y su familia, Roberto Uribe Correa, el siniestro Juan Pablo Monsalve y el misterioso y críptico Él, están esperando para que el lector los descifre.
A propósito de Monsalve, fui testigo de cuando le ofreció a León Valencia el Ministerio de Cultura al final del primer Gobierno de Gregorio Echeverri. Estábamos tomando un café al terminar un foro sobre conflicto y paz, en una charla que se prolongó hasta entrada la noche. Esto fue en la vida real.
Gracias a Claudia, pues al regalarme La sombra del presidente evitó que se postergara esta fascinante lectura.
Nota: si es devoto de Gregorio Echeverri, mejor no lea este libro, no es para usted.
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