Ahora que recién pasamos el Black Friday, evento de origen estadounidense en el que gran parte de los comercios ofrecen descuentos razonables en muchos de sus productos, podemos sentarnos a pensar con cabeza fría si realmente lo que compramos fue una compra inteligente o, por el contrario, era algo totalmente innecesario.
La creación de grandes centros comerciales durante el siglo pasado permitió que el consumidor cambiara la dinámica del proceso de compra, pasando de pedir a un vendedor el tipo de producto que estaba buscando y que este lo fuese a buscar a una bodega, a tener acceso a un espacio dedicado a la exposición de productos de diferentes precios, categorías, tamaños y colores. En el siglo actual estamos presenciando un nuevo cambio significativo en la dinámica de consumo, gracias a la alta disponibilidad de internet y el afianzamiento del comercio electrónico, también conocido como e-commerce. Es así como hoy podemos adquirir productos desde cualquier lugar, a cualquier hora y con diferentes posibilidades de pago electrónico, todo esto sin movernos de la comodidad del hogar.
Esta dinámica de consumo va acompañada del diseño de nuevos procesos de mercadeo, encargados de centrar nuestro gusto en productos específicos. ¿Les ha pasado que sus redes sociales están saturadas de publicidad sobre productos en los cuales tuvo interés en algún momento? Eso sucede gracias a las diversas fuentes de información que hay disponible sobre nosotros en la red, y que permiten a un vendedor obtener una caracterización de nuestro perfil consumista y diseñar publicidad personalizada sobre productos que fueron o pueden ser de nuestro interés. De este modo, nuestro historial de búsqueda, ubicación geográfica, edad, consumos anteriores y todo lo que hagamos en la red, se vuelve un suministro para herramientas que buscan saturar nuestra capacidad de pensar razonablemente y hacernos caer en compras sin sustento.
Transversal a esto, la cuarta revolución industrial está sucediendo ahora mismo, soportada sobre el avance de tecnologías emergentes como inteligencia artificial, robótica e internet de las cosas. Si extrapolamos un poco hacia el futuro, es claro que esta revolución tecnológica implicará un nuevo cambio en las dinámicas de consumo, haciendo que el comercio electrónico en algún punto esté soportado por algoritmos de recomendación más influyentes y con fuentes de datos de mayor tamaño y confiabilidad, sistemas de atención al cliente autómatas soportados por metodologías de procesamiento de lenguaje natural, precios de oferta dinámicos optimizados a partir del comportamiento de los consumidores y cualquier otro aditamento que pueda construirse a partir de la disponibilidad de información. De la mano de esto deberán fortalecerse todos los servicios que funcionan paralelos a una venta, tales como atención oportuna al cliente, gestión eficiente de peticiones y quejas, optimización de retractaciones de compra, y en general, todo lo relacionado a políticas de protección al consumidor.
Esta evolución tiene ventajas, no lo podemos negar. Sin embargo, debemos generar conciencia y establecer una postura clara frente a las externalidades negativas que nadie ve; el aumento en el consumo genera una carga gigante sobre nuestro planeta, puede generar patrones adictivos y en general afectar nuestra calidad de vida. De este modo, antes de realizar una compra, sea física o en internet, hagan la pregunta: ¿qué tanto lo necesito? O bien ¿en qué medida me beneficia o lo estoy comprando solo por impulso?
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