LA PATRIA | MANIZALES
"Fue una muerte abominable e inmisericorde, porque el infante tuvo que presenciar cómo su madre le segaba la vida. Es inimaginable e indescriptible ese momento de dolor y terror que tuvo que sufrir esa criatura".
Así se refirió un magistrado del Tribunal Superior de Manizales, al leer la sentencia contra Blanca Irene Aricapa Gañán, quien degolló a su hijo Ómar, de cuatro años, en la madrugada del pasado 4 de mayo, en su casa del barrio Chambacú, de Puerto Boyacá.
Por este delito pagará 37 años de prisión. "Eligió a la persona más pura e inocente para crear aflicción y daño a otras personas. En otras palabras, cosificó a su niño, a quien convirtió en instrumento de dolor", expresó, mientras Aricapa Gañán, con la cabeza gacha y sin moverse, escuchaba la sentencia, por video conferencia, desde la cárcel de Bucaramanga.
Y añadió: Estamos ante un delito de suma gravedad. La sociedad, la familia y el niño esperaban de ella un trato protector, expectativa que fue traicionada por la sentenciada. Un niño de cuatro años, en principio, solo tiene a su familia, y dentro de ella, a sus padres. Esto hace que el homicidio del menor sea aún más escabroso y digno de mayor reproche. Fue fruto de una actuación premeditada y sin sentido. La mujer guardó silencio y solo por un momento se tocó la cara.
El día de los hechos, la Policía recibió el reporte sobre la muerte de un menor de edad. Acudieron al lugar y se encontraron con la trágica escena. Sobre una cama yacía el cuerpo del niño, al lado de su madre, quien tenía la ropa ensangrentada, pues además intentó quitarse la vida.
A la mujer la sacaron de la vivienda en medio de una decena de vecinos que querían lincharla por lo que hizo. Desde un principio reconoció su responsabilidad. "Dejó una nota escrita a mano, con mala ortografía y difícil de entender", explicó la Fiscalía.
Habría cometido el asesinato para vengarse de su esposo, quien ese día llegó ebrio. Espero a que se levantara y se metiera a la ducha. Quiso darle donde más le doliera: acabando con la vida de su pequeño hijo.
Cuando el magistrado dio su sentencia, la mujer permaneció en la silla quieta, sin moverse. No pronunció palabra, al menos hasta que se desconectó la comunicación con la cárcel, en la que pasará unos largos años.
La defensora de la mujer había apelado de la sentencia porque no estaba de acuerdo con la tasación de la condena.
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