Ya estamos cerca de la paz. Y como casi ningún colombiano ha conocido a su país en esa condición, conviene preguntarse: ¿cómo será Colombia después de firmados los acuerdos?
Bueno, pero hay que aclarar que la firma debe incluir a la guerrilla del ELN. Si estos no se desmovilizan, la paz no será completa. No importa que creamos que es un pequeño grupo armado, diezmado y disperso. De las cenizas vuelven a crecer las llamas. Recuerden que en Anorí, en los 70, prácticamente este grupo fue extinguido y una década después resurgió como una guerrilla amenazante después de recibir recursos de los alemanes por la extorsión de la Manessman, aquella empresa que construyó el oleoducto Caño Limón Coveñas. Y es que en el mundo se ha demostrado que para tener una guerrilla se necesita realmente poco: solo se necesitan empresas extrayendo grandes riquezas en medio de la pobreza, jóvenes con poco nivel de educación y pocas oportunidades, armas del mercado negro y aparatos de comunicación para extorsionar a las empresas. Y si miramos nuestro panorama nacional actual, que incluye una expansión desaforada de la explotación minera y petrolera en el país, y mantiene altos niveles de pobreza, desempleo y exclusión, concluiremos que el ambiente está propicio para que cosas semejantes vuelvan a ocurrir. Así que para hablar de paz tenemos que contemplar la negociación con el ELN. Pero también mejorar las oportunidades de los jóvenes.
Pero parece que también debemos contemplar la desmovilización de las BACRIM. El espacio que dejen las guerrillas en el control de los negocios ilegales como la producción de cocaína serán cubiertos rápidamente por grupos que tengan la infraestructura para hacerlo. Como ejemplo tenemos al Salvador que después de la guerra, asistió al surgimiento de poderosas pandillas que controlan todos los negocios ilegales para entender que no podemos ofrecer la oportunidad para que otros grupos armados ilegales se fortalezcan una vez firmados los acuerdos. Nuevamente las condiciones de jóvenes sin oportunidades, viviendo en la pobreza y rodeados de negocios lucrativos vuelve a ser el núcleo del problema. Hay que remplazar a las bandas criminales como proveedores de empleo juvenil. Y hay que remplazarlas en la función de construir los valores sociales y morales que seguirán los jóvenes. Si queremos una verdadera paz hay que terminar con el culto a la violencia.
Hay quienes dicen que si no hay reconciliación no habrá una paz duradera. El odio, el terror y la venganza no pueden ser pilares en la construcción de una nueva sociedad. Y la reconciliación está hecha de verdad, perdón y reparación. Aceptar el daño que se hizo, contar lo que pasó en realidad y estar dispuesto a ofrecer una restauración genuina por parte de los victimarios parecieran ser condiciones para emprender la construcción una paz duradera para todos los colombianos. Esta fue quizás la principal asignatura pendiente que nos quedó al terminar el ciclo de La Violencia que azotó al país entre los años 50 y 70. Los acuerdos apenas incluyeron la dejación de armas y la entrega de tierras para algunos combatientes, pero no se hicieron ejercicios de contar la verdad, pedir y obtener el perdón y por lo tanto no hubo una verdadera reconciliación. Quizás como resultado entramos en una guerra peor que la anterior, en un ciclo que si no somos cuidadosos puede convertirse en permanente.
Pensándolo bien quizás no estamos tan cerca de la paz como creemos.
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