
Fotos | Luis Fernando Rodríguez | LA PATRIA
Interior de la Normal Escolástica de Salamina.
Llegar a Salamina es empezar a soñar despierto y de pronto a delirar, a sentirnos más orgullosos de ser caldenses y paisas, contar con tantos valores de los cuales nos sentimos agradecidos.
Las tapias, el bahareque, los balcones, el hierro forjado, la madera, los aleros, los zócalos, las ventanas, las puertas, la gente, su amabilidad, la belleza, sus modales, los aldabones, son un todo reunido en un conjunto urbano que resalta en el contexto de Caldas, Colombia y el mundo.
En todos los lugares del planeta, siempre habrá un salamineño reconocible a leguas por su talento, inteligencia, cultura y trayectoria.
Los aventureros soñadores que se arriesgaron a descuajar montaña, recorrer trochas desconocidas, selvas impenetrables, también traían propósitos irrenunciables de formar un mundo mejor, un entorno más agradable que produjera bienestar y progreso comunitario; lo lograron a base de luchas, sufrimientos, frustraciones y constancia. Todas esas vicisitudes ayudaron a forjar una identidad y fortaleza que permitió que se conformara la Salamina de hoy.
Salamina es la tierra del buen gusto
La tierra y la constancia produjeron riqueza, el café se extendió por toda la comarca, las tierras altas prodigaron el sustento; todo ello trajo bienestar, cultura, buen gusto y ambiciones que condujeron a construir maravillas con lo que el medio aportaba: la tierra pisada, la guadua, la madera de los bosques, el pañete a base de pasto procesado seco, residuos de deposición de caballo y cal revistieron las nuevas moradas.
Los mayores productores de café viajaron a tierras remotas a negociar su producto, y volvían con novedades que el mundo exterior producía, impresos en figurines que mostraban la moda imperante, obras de arte, vajillas, inventos que incorporaron a los ambientes construidos y por construir, formando un conjunto de equilibrada belleza que disfrutan en la actualidad.
Con todo esto, el espíritu salamineño se refinó puliéndose con la academia, el conocimiento, la educación que ya brillaba en el medio. Cada casa del centro histórico y su contorno tienen un aire especial, una manera de mostrarlo, apreciarlo y valorarlo.
La amabilidad proverbial de los salamineños
La amabilidad proverbial en sus residentes, ayuda para vivir estos momentos. No es raro en Salamina llegar y ser recibido con un cálido cafecito servido en una vajilla del año 1900 que trajo de Europa un antepasado. Es posible que la bandeja de plata en que se entrega el humeante café haya sido un regalo para la anfitriona traído de lejanas tierras y que la carpeta que cubre la bandeja haya sido tejida por la bisabuela hace 100 años y conservada con amoroso afecto.
Al recorrer cualquier casa de las muchas y bellas que hay, la respiración y los ojos no descansan: las portadas de comedor producen infarto por su belleza, reflejan el esplendor de épocas pasadas, las plantas lucen orgullosas en corredores y chambranas cultivadas con un esmero permanente; parecen el jardín de Alá o los jardines colgantes de Babilonia.
Las puertas y cielorrasos dificultan la respiración con su belleza y simetría, los muebles traídos de Austria en barco hasta un puerto colombiano y de ahí a lomo de mula a través de caminos difíciles nos sorprenden con su funcionalidad y belleza: las paredes revestidas con papeles traídos de lejanos lugares, abrigan el alma y dan un aire de imponencia a los ambientes donde se habita; todo lo que se ve alrededor tiene un motivo y una razón para estar ahí.
Visita obligada a la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción
Infaltable la visita a la Basílica Menor de la Inmaculada, la majestuosidad de una iglesia sin columnas, sobrecoge: las imágenes religiosas compiten en belleza con las bases de madera, que las sostienen.
Los altares tienen el mérito de haber sido tallados por genios de la talla, traídos por sacerdotes que ejercieron en la región; la impronta de Eliseo Tangarife quedó para siempre en las maderas de muebles, altares, portadas, escaparates, camas, escritorios, marcos de cuadros y espejos tocadores, bibliotecas.
Cada casa de Salamina es un museo vivo y actuante que reúne: historias, viajes, relaciones, detalles, anhelos, suspiros, amores vigentes o truncados.
Acontecimientos a lo largo del año, trascendentales todos son incomparables, la Semana Santa coincide con la florescencia de las orquídeas que son abundantes en la región; cada balcón se vuelve una orgía de aromas colores y belleza sin igual, dándoles la bienvenida a visitantes y resaltando el paso de procesiones y multitudes.
De la Noche del Fuego, el 7 de diciembre en Salamina
Si es tiempo de pregón del alumbrado o la fecha trascendental del 7 de diciembre, la fantasía y la realidad se confunden en un derroche de creatividad, buen gusto y amor a borbotones por la ciudad amada.
Los portones y las ventanas incitan a entrar, admirar lo de adentro y lo de afuera. Hasta la calle más modesta se engalana con sus mejores adornos para mostrar al departamento, al país y al mundo que aquí brilla inteligencia, buen gusto, imaginación y amor comunitario.
Toda la Navidad se vive como en un cuento de hadas, los balcones revientan de belleza acumulada con brillos y luces dispuestos de manera armónica, marco perfecto para los encuentros familiares, los afectos expresados, la alegría por los abrazos.
El campo también reluce con flores en el Paisaje Cultural Cafetero
La zona rural no se queda atrás. Los jardines y corredores lucen flores, plantas exóticas, saludando a los transeúntes; el paisaje de las cordilleras cercanas embriaga y nos deja pasmados, nos alborota la envidia.
Toda la zona urbana y semiurbana está invariablemente relacionada con el paisaje cercano y lejano, el aire es más limpio, los aromas se confunden, los naranjos exhalan un perfume de azahar que evoca épocas maravillosas.
En el pasado, eran infaltables los manzanos en las huertas que producían permanentemente, sus frutos eran empacados primorosamente en estuches artísticamente dispuestas, para regalos de jerarquía; eran el presente más apetecido cuando se viajaba y se visitaban personajes de renombre o cargados de afecto.
La familia Vélez, de gran distinción y linaje, era la promotora de dichas bellezas, les sobraban los encargos con los cuales se lucían en todo el país, al igual que sus innumerables plantas de orquídeas florecidas en toda ocasión y tiempo.
Hoy ya no se encuentran las manzanas pero hay emprendimientos en el sector de dulces, pasabocas y pastelería que sacan a relucir, habilidades heredadas de los antepasados.
Nos sobra ansiedad para esperar la celebración de los 200 años de Salamina, la niña mimada de Caldas, que originó un tipo de personalidad con características especiales del caldense, que se enfrenta a todas las dificultades y las supera.
Es tiempo de cuidar esta joya cultural llamada Salamina
Que todas las vías que conducen a Salamina estén impecables para tal acontecimiento es lo mínimo que Salamina merece y necesita, eso incentivará el turismo masivo, pero culto.
Salamina es única e incomparable, lo que vemos allí no lo podremos ver en ningún otro lugar de Colombia.
200 años de belleza hay que celebrarlos con toda la pompa dada la circunstancia, un ramo de todas las flores de Colombia juntas es lo que merece en tan singular fecha inolvidable amarradas con cintas de cariño y admiración.
Retumbarán serenatas de sus bandas musicales con canciones salidas del alma para expresar sentimientos de afecto por la Ciudad Luz y sus habitantes.
Ningún otro conjunto urbano de Colombia ha inspirado tantas publicaciones, textos, páginas, diarios para resaltar formas de vida del pasado conservadas con tanto esmero, paciencia, afecto para la generación actual y futura.
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