Foto l LA PATRIA
Las hermanas Fanny y Dolly González Taborda son unidas desde pequeñas cuando vivían en La Merced (Caldas). Actualmente residen en Bogotá. Allí, la menor (Dolly) cuida de la escritora caldense de 92 años (Fanny) quien padece alzheimer. Conozca su historia y obra literaria y social
Para hablar de Fanny González Taborda, hay que hablar de Dolly, su hermana menor, quien cuida a la escritora de un alzhéimer que algunos días da tregua.
Para llegar a ambas, es necesario que el lector sepa que de Fanny, hasta hace 12 meses, sólo se conocían tres indicios: que era escritora, de Salamina (Caldas) y autora del libro Y parecen cuentos.
Fue internet el que permitió rastrear una biblioteca en el municipio de La Merced (Caldas) que lleva su nombre.
Fue el correo electrónico que respondieron desde la sede indicando que, en efecto, el sitio hacía alusión y homenaje a una escritora local.
Fue la verificación de la periodista Adriana Villegas, creadora del proyecto Mujeres Escritoras Centenarias del Gran Caldas, que financió y apoyó el Centro Cultural Banco de la República de Manizales, y por el cual surgió la intención de saber de Fanny y su obra, lo que concedió arrancar el rastreo.
Fue Luisa María Agudelo, bibliotecaria del municipio quien indicó que posiblemente estaba viva y en Bogotá.
Fue la publicación de un par de fotos de ella en internet que reconocieron sus sobrinos lo que desembocó en dar con Fanny y Dolly.
“Fanny González tiene obra literaria y social”, dijo Jorge Eliécer Zapata, historiador y corresponsal de LA PATRIA.
“En La Merced la apoyaron. Ella consiguió introducir la idea de dar la pelea para que el municipio fuera totalmente distinto a los demás del país”, rememoró Ángel María Ocampo Cardona, presidente de la Academia Caldense de Historia.
“Las voces de varios cuentos suenan iguales y hay un afán político que prima sobre la construcción de personajes o de escenas. No obstante, en un entorno literario en el que se ha dicho que el espacio narrativo de las mujeres ha sido tradicionalmente la casa, la familia, la maternidad y el hogar, este libro evidencia que ha habido otras voces y otros intereses divergentes”, comentó la escritora manizaleña Adriana Villegas sobre el libro Y parecen cuentos.
“Su amor por la lectura lo transmitió siempre. Los libros eran sus regalos. El primer libro que me dio fue El amor en los tiempos del cólera y tenía un cariño grande por Isabel Allende”, recordó María Consuelo Escobar González, sobrina y ahijada de la autora.
“Mi hermana era la más rebelde”, fue lo primero que dijo su hermana menor para describirla.
Bogotá 31 de mayo del 2024
En el tercer piso de un edificio en el norte de la ciudad, en una sala de sillones azules y con vista a los cerros, Dolly González Taborda, de 85 años, permanece al lado de su perro Lenny y sus tres hijos: Claudia, Édgar y María Consuelo. “No sé nada de la vida política de Fanny y tengo muy mala memoria para fechas exactas, pero sí puedo hablar de ella como hermana”.
Del matrimonio de Rosaura Taborda y Manuel Salvador González nacieron tres hijas, Gloria Ruth, Fanny y Dolly, en ese orden. Los cinco vivían en La Merced, cuando era un corregimiento de Salamina (Caldas). Manuel construía y vendía propiedades, era dueño de fincas a las afueras, de terrenos, de caballos y la casa donde vivían estaba en la plaza central, ubicación reconocida por albergar a las familias más adineradas de la época.
“Tuvimos una infancia muy bonita, llena de comodidades, de cariño y de amor. A nosotras nos daban mucha libertad, pero nuestros padres nos hicieron entender desde niñas que esa libertad conllevaba una responsabilidad. Mi hermana (Fanny) era la más rebelde de las tres. Incluso la expulsaron del colegio por leer un libro de Vargas Vila. Mi madre tuvo que llorarle al cura del pueblo para lograr que la recibieran de nuevo. En esa época a los niños tampoco nos dejaban leer La Biblia. No entendía cuál era el misterio, sentía temor de coger un libro”.
“Yo mantenía jugando, Fanny era la intelectual, la que devoraba revistas y Gloria Ruth era la vanidosa, aunque también muy inteligente. Fanny y yo vivíamos agarradas con Ruth porque nos manteníamos en la calle, brincando de un lado a otro, yendo a cortar caña y ella era la que ponía orden. Nos hacía barrer la casa y luego iba detrás de las puertas para ver si lo habíamos hecho bien. Fanny me lleva 7 años, pero toda la vida, incluso ahora, fuimos así, muy unidas”, recuerda Dolly.
Sin embargo, la época de bonanza se vino a pique cuando Manuel falleció en 1944. “Mi mamá heredó todo, pero no pudo conservarlo porque en ese tiempo las mujeres no podían salir mucho a la calle solas, no podían ir a un juzgado, no podían hablar con los señores o entrar a un abogado a la casa. Toda la fortuna se la llevaron los amigos de mi papá. De ahí viene la rebeldía de Fanny, de ver que nos quitaron todo”, dice Dolly.
En 1944 las mujeres no tenían cédula y faltaban 10 años para que se aprobara su derecho al voto en Colombia.
Tras la muerte de su padre, la escritora empezó a juntarse con los hombres del pueblo, se volvió profesora y corregidora del municipio en 1958. Se iba a las 3:00 de la mañana a la zona de tolerancia a “despachar” a los borrachos para las casas e incluso se hizo amiga de los “bandoleros”, como los reconocía Dolly, de una vereda cercana.
“Recuerdo que de noche ellos llegaban a nuestra casa y hacían mucho ruido, yo tenía miedo, pero no le decía nada a Fanny. Luego descubrí que el ruido que hacían era el descargue de costales llenos de comida que ella regalaba a los niños más pobres de la escuela. Siempre fue así, yo no entendía mucho sus pensamientos, sus ideologías, pero la apoyaba”.
Voz literaria
“Las ratas hacen manjares de los cuerpecitos de los niños pobres. Y los gobiernos cantan como los gallos de medianoche, al silencio y a las gallinas. Los obispos gritan en las iglesias desiertas. Hay hambruna y la desesperación se hace colectiva”, anotó Fanny González en su cuento Quenepo, del libro Y parecen Cuentos. Su literatura habla sobre trabajadoras sexuales, desplazados, campesinos, mujeres infieles, hombres rebeldes, comunistas, personajes relegados socialmente que abordó no desde lo exótico, sino desde la denuncia social.
La causa política más grande que desempeñó Fanny fue abogar para que La Merced se convirtiera en municipio, que se independizara de Salamina. “Fue una pelea. Yo estaba sardina, pero iba con ella, nos fuimos todos los mercedeños hasta Manizales a la Plaza de Bolívar, yo no sabía muy bien a qué iba, pero iba con ella”, cuenta Dolly.
Actualmente la biblioteca y el hogar de ancianos de La Merced llevan su nombre. “Los corregidores que la antecedieron sólo recibían órdenes de Salamina, ella hizo lo contrario. Su primer decreto fue crear la junta promunicipio. Participó en muchas obras cívicas y sociales. La gente la recuerda y la quiere mucho”, corrobora el presidente de la Academia Caldense de Historia, Ángel María Ocampo.
Pasaron los años y en la década del 60 Fanny se fue a vivir a Bogotá. Detrás de ella se fue Dolly y, posteriormente, Gloria y su madre. En la capital, se dedicó de lleno a la política y al comunismo, una mezcla que le trajo amenazas y la obligó a salir del país.
Mientras de fondo suena música clásica, Dolly acaricia a su perro lentamente y de manera pausada describe la peripecia que vivió con su hermana y que guardó por años:
“Aquí (Bogotá) fue donde se metió de lleno en la política. Estuvo incluso con el M-19 y era comunista. Yo no la acompañaba a ninguna reunión, le decía: ‘A mí no me traigas líos, yo sí tengo niños en casa’. Pero Fanny me ha tenido en cuenta para todo en la vida”.
“Un día me llamó una amiga de ella y me dijo: ‘Tenemos que ayudarla para que salga de Bogotá’ ”. Yo no entendía nada. La amiga me dijo que fuera hasta Cambao, por la carretera que va para Caldas. Pedí permiso en la oficina y no le dije a nadie a qué iba. Estando allá me encontré con Fanny, la llevamos a una peluquería donde le tinturaron de rubio el cabello, se lo cortaron y le llevaron ropa distinta a la que usaba. Era otra. La dejamos en una finca y me dijeron que ahí venían a recogerla al otro día. No supe más”.
“Me devolví para Bogotá y no dormí bien por un tiempo. Estaba muy preocupada por mi hermana, pero no podía contarle a nadie: ni a mi marido ni a mis hijos”. Dolly hace una pausa, mira a Édgar, Claudia y María Consuelo y con voz entrecortada continúa: “Yo me dije: ‘Esto me lo tengo que tragar’. Ella estaba huyendo. Se fue casi dos años al exilio. A los meses supe que estaba bien porque me hizo llegar, no sé cómo, una postal de Cuba que decía: ‘Estoy en el balcón mirando el mar, algún día vendrás a conocerlo’. Luego me llegó una carta donde me pedía que cuidara a mi mamá, decía que nos quería mucho, que me adoraba”.
Fanny regresó a Colombia a finales de los 60, época en la que publicó su primer libro de ficción Y Parecen Cuentos (1967). En 1970 se volvió representante a la Cámara por la Anapo (Alianza Nacional Popular) y conoció a Luis Carlos Turriago, que era senador, también por la Anapo, y general retirado del Ejército de Colombia. Se enamoraron, se casaron y tuvieron una hija, Rosa Fernanda Turriago González.
Durante sus jornadas como política, esposa, madre y hermana, se dedicó paralelamente a escribir. En total, publicó 4 libros: Historia y geografía de La Merced (1959), Y parecen cuentos (1967), Permiso para llorar (2001) y El universo pertenencia y destino (2004).
Sin embargo, hay 34 años de diferencia entre la publicación de su segundo libro y el tercero. Fue la época en la que estuvo dedicada casi exclusivamente a la política y obras sociales. Reaparece como autora en 2001 con Permiso para llorar, su único libro de poesía, en el que habla de la mujer latinoamericana y narra desde el dolor que sufre y observa en la sociedad.
“Nací cantora
si soy cantora de penas
es que llevo muy adentro
al niño con sus maltratos,
con su grito de orfandad,
a la mujer vituperada,
asesinada, injuriada,
golpeada por el ángel de terror,
despreciada y olvidada,
violada, hambrienta
No soy cantora de penas.
nací para la alegría
pero es que la Patria herida
es solo pena y dolor “.
Foto l LA PATRIA
El hogar de ancianos y la biblioteca de La Merced llevan el nombre de la escritora de 92 años.
La soledad
El 20 de enero del 2013 murió el general Turriago. La hija de Fanny, ya adulta, se fue a vivir a Australia y entonces la caldense se mudó a dos cuadras de su hermana.
Sin embargo, pasados los meses, según su familia, empezó a sentirse sola. “Antes del alzhéimer hablamos de la idea de irse a vivir a un hogar de cuidado. Buscamos juntas y encontramos uno que nos gustó. Ella se acomodó allá y cuando apareció la enfermedad ya estaba residiendo allí, lo que facilitó que se sintiera en un lugar conocido. Voy a visitarla de seguido, tiene días buenos y malos. A veces quiere hablar y recuerda todo, otras veces está de mal genio y no quiere ver a nadie, pero siempre, siempre, cuando hay que tomar una decisión sobre algo de su vida, de su habitación, de su comida, pregunta primero: ‘¿Qué opina, Dolly?’. Ella confía en mí. Hicimos nuestras vidas aquí, siempre cerquita la una de la otra”, indica la hermana menor de la escritora.
La música clásica se detiene, Dolly desempolva un libro de poemas inéditos de Fanny que ella misma encuadernó y conservó. En el tomo hay tres poemas que la escritora le dedicó a su hermana menor. “Hermana de la infancia, como la madre dulce, que nos untó su miel, hermana, viajera de las olas y orillas de ternura donde voy a llorar”.
Dolly también conserva en cajas los documentos literarios, políticos y personales de su hermana y, mientras hojea una fotografía de la autora con su hija y esposo en las calles de La Merced, recibe una llamada de 3 minutos que atiende en la cocina.
Cuando cuelga regresa al salón anunciando que la llamaron del hogar: “Toca adelantar la visita, le contaron que venían a entrevistarla y me dice la enfermera que ha preguntado toda la mañana: ‘¿Por qué no llegan’ ”. Hay que ir ya, antes de que se enoje y no quiera hablar”.
Hogar Gerontológico Susy y Ramón, Bogotá
En el patio interior de una casa de dos pisos, Fanny González Taborda, de 92 años, espera sentada frente a un televisor. La pantalla está encendida, pero ella mantiene los ojos fijos en la pared.
Dolly se acerca y la saluda: “¿Qué hubo, Fanny?”. Le extiende la mano, mientras la escritora continúa sentada. Pasados unos segundos, ignora la pared para observar a su hermana y reconocerla. “Tienes frías las manos”, le dice Dolly, a lo que la escritora sonríe sin soltarla.
-Vinieron a conocerla-.
-Desde Manizales, ¿se acuerda de Manizales?- añade Dolly.
Fanny se queda en silencio y solo la mira. Dolly la ayuda a pararse, mientras le repite:
- ¿Se acuerda de Manizales?
- Sí, sí, me acuerdo-.
Fotos l LA PATRIA
Las hermanas Dolly y Fanny González Taborda se han llevado bien desde que eran niñas. La escritora le dedicó varios de sus poemas a su hermana menor.
Entrevista a Fanny González Taborda:
- -¿Se acuerda de La Merced?
- Sí, me gustaba La Merced.
- ¿Le gustaba estar allá?
- Me gustaba, sí, realmente me gustaba.
- ¿De quién se acuerda de La Merced?
- De toda la gente de allá.
- ¿Le gustaba escribir?
- Sí, me gustaba escribir. Es cierto, me gustaba. Escribir de todo, poemas y prosas.
- ¿Se acuerda de Manizales?
- Sí, me acuerdo de Manizales también. Manizales del alma (ríe).
- ¿Le gustaría volver a La Merced?
- Sí, me gustaría.
- ¿Recuerda la biblioteca de La Merced?
- Sí, sí.
- ¿Recuerda que lleva su nombre?
- La biblioteca Fanny Gonzalez. ¿Se llama así? ¡Qué bien! También recuerdo el ancianato.
- ¿Usted le ayudó a la gente de La Merced?
- Les ayudé más o menos, no tanto como hubiera querido ayudarlos, pero sí.
- ¿Hubiera querido ayudar más?
- Sí, claro que sí, pero no era posible… No era posible.
- ¿Se acuerda de su esposo?
- Sí claro, me acuerdo de mi esposo, mi gran esposito.
- ¿Le gusta Bogotá?
- Me gusta Bogotá, me gusta mucho. Bogotá es una ciudad tranquila, amable, se puede vivir bien en ella.
- ¿Es muy unida a Dolly?
- Sí, claro que sí (la mira y ríe).
- ¿Qué tanto me quiere? - pregunta Dolly.
- ¿Qué tanto? Mucho, mucho la quiero- responde Fanny.
- ¿Volvió a escribir?
- Eh, no. Muy poco, muy poco, pero voy a retomar la escritura otra vez. Sí. Porque eso no se puede dejar, no se puede dejar. Hay que escribir.
- ¿Volvió a leer?
- Me gusta leer, yo leo mucho.
- ¿Le gusta vivir acá?
- Pues… (ríe), pues sí, me gusta. Me gusta vivir aquí, no habiendo más (ríe).
- Usted siempre habló y escribió sobre ayudar a la gente
- Sí.
- ¿Por qué? ¿Por qué ayudar?
- ¿Por qué? Porque si uno tiene para dar, es necesario dar. Hay que dar. Claro que sí. Realmente hay que ayudar.
- También escribió sobre la mujer colombiana, ¿cómo ve a la mujer?
- La veo bien. Hemos logrado bastantes cosas.
- ¿Se acuerda de ser política?
- Sí, era política.
- ¿Por qué lo era?
- Para ayudar, para construir los espacios que era necesario dar.
- ¿Cree en Dios?
- Claro que sí.
- ¿Cuál es la relación de Dios con el universo?
- Es infinitamente grande, pero no se puede predecir si Dios es…
Palabras de memoria
Al final, las enfermedades como el alzhéimer, de lo mucho que borran, conceden algo: atemporalidad. La mirada actual de la escritora de 92 años es de alguien que observa con un asombro de infante, como quien ve por primera vez el comienzo de un día o el rostro de alguien que recién se ama, como a Dolly.
Y en los demás, en sus allegados, genera una especie de afán por recordar, por contrarrestar el olvido que avanza. Y entonces se les ve resistir, generosamente, al deterioro. Quienes conocen a la autora, sus cercanos, sin excepción, hablan como indicando que después de todo, incluso después de lo inevitable, la recordarán.
“La recuerdo como una persona activa y consciente de la situación del país. Sigue siendo luchadora y aún le gusta mucho reírse. Ellas (Gloria, Dolly y Fanny) estuvieron siempre unidas y nos inculcaron el valor familiar. Por eso seguimos pendientes de mi tía”, indica María Consuelo Escobar González, hija menor de Dolly González.
Álvaro Adolfo Franco González, sobrino de la autora, confirma que es una mujer luchadora. “Ha tenido siempre en la mente al pueblo colombiano y el anhelo de que haya una mayor igualdad en el país. Siempre luchó por eso. Ese pensamiento continúa, pese al avance del alzhéimer. Ese sigue siendo su anhelo”.
En su última publicación, el libro El universo pertenencia y destino, González Taborda escribió: “Agradezco a Dios la existencia de mis padres, a través de cuyo amor se logró mi vida. La existencia de mi hija Fernanda, la de mis hermanas Gloria Ruth, Dolly y sus hijos y de mi esposo, Luis Carlos, cuya solidaridad me dio fuerza. A la humanidad y a la calidad humana de las gentes de los campos caldenses, cuyo sufrimiento me obligó a tomar el camino de la investigación para avanzar en un país deseoso de cultura”.