Deportivo Pereira es el equipo de fútbol profesional que representa a los risaraldenses en el país. Desde su creación, el 12 de febrero de 1944, el espíritu de la ciudad y del departamento ha corrido detrás de la pelota inspirando a generaciones que creen en los colores y en la pasión Matecaña.

El nacimiento del equipo –la estrategia del capitán de la Policía Guillermo Gaviria para acabar con los conflictos entre dos equipos, creando uno– fue el primer paso para que la ciudad se identificara con una forma de lucha y de fe, que supera lo efímero de los resultados.

De hecho, el primer partido que tiene Deportivo Pereira en su historia terminó en derrota, en 1949. Desde la adversidad la institución ha buscado el éxito, no como una promesa de entrar en los libros de historia, sino como una consecuencia de la misma existencia.

En los pantanos de la derrota conformó sus mejores nóminas. Porque si los resultados no han acompañado al equipo no es por un hechizo o una maldición escrita en su fundación, sino por la incapacidad dirigencial que aprovecha el sentido de pertenencia de los hinchas con el club.

A pesar de los malos manejos dirigenciales, el Grande Matecaña se ha sacudido el polvo y ha continuado en busca de alegrar el corazón del hincha.

Así pasó en 1952, cuando un equipo conformado en su mayoría por paraguayos logró la mejor actuación –un tercer puesto– en la infancia del equipo. Y claro, tenía que ser con sangre guaraní, con la inspiración de un país que lo ha perdido todo en lo deportivo y en la guerra, pero que no baja los brazos, para que Pereira encontrara la fuerza del lobo.

El éxito siempre fue esquivo. La primera estrella resbalaba cuando se creía más cerca. Los equipos de los años 60 y 80, con figuras como Sergio "Flaco" Cierra, Jairo Aguirre y Benjamín "Mincho" Cardona hicieron vibrar a la afición.

Pero ni siquiera con esos nombres que viven en la memoria de quienes sintieron el poder aguerrido de levantarse a pesar de las derrotas, se logró el primer campeonato.

Antes de terminar el siglo llegó el golpe doloroso. El descenso. Del 97 al 2000 Pereira cayó en la segunda división. Tres años que mostraron de nuevo el camino tortuoso que decidió transitar el equipo al no contar con directivos a la altura de la hinchada.

En la primera década del 2000 volvió la ilusión. Equipos como el del 2003 y 2008 sembraron la semilla para la nueva generación, Rafa Castillo, Carlos Darwin Quintero, Jhonny Acosta. Todos ellos hicieron que los hijos de los barrios populares soñaran con vestir la camiseta aurirroja y gritar un gol en el Hernán.

Con ellos también estuvo cerca la primera estrella. Pero luego vino el segundo golpe. El descenso en el 2011 y los ocho años más difíciles de la institución. Al borde de desaparecer por las deudas, un año sin ganar, jugando en Cartago (Valle del Cauca).

Aún así el hincha no abandonó. Los lunes fueron al estadio, visitaron Urabá y todas las plazas de la B para hacer sentir que el lobo siempre está, que la fuerza del lobo está en la manada.

Así se aguantó el infierno del descenso hasta que en 2019 volvió a primera y empezó el capítulo más ganador.

La primera final de Copa Colombia en 2021 y la primera final de liga en 2022. El 7 de diciembre de ese año se levantó la primera copa y por fin la hinchada aulló de alegría. No hubo festejo más esperado, ni sueño mejor fermentado que el de esa noche. 78 años después toda una ciudad gritó campeón por primera vez en su historia.

Luego vino la historia continental, vencer a Boca Juniors, eliminar a Colo Colo y avanzar hasta cuartos de final en la primera excursión en la Copa Libertadores era una ilusión poco probable, pero el equipo de Alejandro Restrepo, con una nómina modesta lo logró.

Y cuando todo parecía indicar que Pereira se estabilizaría en los triunfos, volvió la mala dirigencia y derrumbó todo el proyecto. Primero el derroche económico socavó los cimientos, luego los malos fichajes, incluso el del director técnico, tienen al equipo al borde de una nueva crisis.

Aunque la alegría del triunfo duró pocos años, la hinchada sigue ahí, presionando, acompañando y alentando a quienes representan al equipo, porque el lobo siempre está.

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