Felipe Olaya Arias, consultor en gestión pública, tecnología, educación e innovación.
COLUMNISTA INVITADO
Un maestro para todo
Felipe Olaya Arias
@olayafelipe
En la escuela rural colombiana, un solo maestro enseña matemáticas, ciencias y lenguaje en un mismo salón, con niños de distintas edades y ritmos de aprendizaje. A esa multitarea se le suman las funciones de rector, orientador y gestor comunitario. Esa es la realidad cotidiana de miles de escuelas alejadas de los centros urbanos.
De las 55.889 sedes educativas del país, el 67% están en zonas rurales. Sin embargo, la cobertura es baja: apenas el 47% de los niños asiste a preescolar y solo el 46% a la educación media. En la prueba Saber 11, la brecha con las ciudades llegó en 2024 a 26,1 puntos, siempre en contra del campo.
La conectividad sigue siendo el mayor obstáculo: solo el 41,9% de los hogares rurales tiene internet, frente al 72,5% en las cabeceras urbanas. Y aunque ese año se entregaron 49 colegios nuevos o ampliados, el rezago sigue siendo enorme.
Colombia fue pionera con el modelo Escuela Nueva, que demostró que la educación multigrado no es un problema, sino una oportunidad. Con guías auto formativas, aprendizaje cooperativo y proyectos vinculados al territorio, los estudiantes rurales aprenden con autonomía, gestionan su tiempo, apoyan a sus compañeros y fortalecen habilidades para la vida.
Donde no hay conectividad, se pueden usar tecnologías “posibles”: tabletas y portátiles con contenidos precargados, radios escolares y recursos sin internet. Estos medios permiten que el aprendizaje continúe a pesar de las limitaciones.
El maestro rural no solo enseña, atiende varios grados al mismo tiempo incorpora saberes locales junto a la comunidad y, además, gestion proyectos y coordina acciones logísticas para facilitar la enseñanza. Su rol exige preparación en gestión escolar, innovación y uso de datos. Cuando recorrí el país como director de Computadores para Educar, viví esta realidad de cerca. Dotar de equipos y capacitar es necesario, pero no suficiente. En el campo aprendimos que la tecnología por sí sola no transforma: requiere metodologías, pertinencia y sostenibilidad.
Lo más valioso no era entregar un computador, sino ver cómo un maestro lo integraba a una huerta escolar, o cómo una comunidad indígena adaptaba un software a su lengua. La verdadera transformación ocurre cuando la tecnología se conecta con la vida del territorio y se pone al servicio de los procesos comunitarios.Por eso, el futuro de la educación rural no depende solo de “más equipos”. Está en currículos adaptados al territorio, en redes de docentes rurales, en contenidos pertinentes y en conectividad. Colombia ya creó un modelo que inspiró al mundo, y hoy sabemos que los estudiantes del campo no se quedan atrás por falta de talento, sino por condiciones estructurales. Cada computador entregado importa, pero lo que realmente cambia la historia es cuando ese dispositivo se convierte en una herramienta para aprender mejor.
La escuela rural puede ser la vanguardia de la educación en Colombia. Si la escuchamos, la dotamos y la acompañamos, nos enseñará a todos, campo y ciudad, a aprender e innovar en comunidad.
DESTACADO
Lo más valioso no era entregar un computador, sino ver cómo un maestro lo integraba a una huerta escolar, o cómo una comunidad indígena adaptaba un software a su lengua.