Foto | Cortesía | LA PATRIA | PEREIRA |
Natalia Cano lidera la Corporación Khuyay que se encarga del Festival de Arte Urbano Pereira Querendona
A Natalia Cano Giraldo la noticia del premio la tomó por sorpresa. No porque no tuviera méritos —lleva más de una década gestando, casi a pulso, procesos culturales vinculados al arte urbano— sino porque nunca ha trabajado pensando en reconocimientos.
“Nunca en mi vida habría dicho que hago esto para ganar un premio”, confiesa con calma. Parece que el reconocimiento –uno de los más importantes en Risaralda–, no alteran su pulso, y por el contrario, la llenan de serenidad.
Tal vez por eso, cuando su nombre sonó como ganadora, sintió algo parecido a una luz encendida en medio de un año especialmente difícil para la Corporación Khuyay, la organización que dirige.
Ese brillo, dice, no es solo suyo. Lo entiende como una validación social a un proceso colectivo, a una escena que hace mucho dejó de pintar solo muros.
“Es un reconocimiento al arte que se gesta desde la calle, a las comunidades que han creído en él y a quienes lo hemos defendido incluso cuando parecía ilegítimo”.
La certeza de elegir al corazón
Natalia empezó la gestión cultural por una elección irracional. Cansada del mundo estrecho de las oficinas, se lanzó a la calle a sembrar proyectos. Esa decisión desafió los estándares familiares (¿cómo va a sobrevivir?), pero llegaron acompañados de cariño.
Junto a su esposo, Julián Malagón, y sus dos hijos –a los dos los tuvo en el camino–, recorrió las calles de la trasnochadora y morena capital risaraldense para dejar un legado en los puntos menos pensados.
Y aunque la fortuna les sonrió casi siempre –incluso en pandemia donde organizaron un festival de arte urbano a pesar de las restricciones–, atraviesan un periodo que hace cuesta arriba.
Para Khuyay, el 2025 fue un año duro. Aunque la ciudad vivió un auge visible del arte urbano, esa bonanza estética no se tradujo en apoyos concretos para los procesos comunitarios de base.
Paralelamente, los cambios en las políticas de financiación cultural —que hoy priorizan territorios históricamente excluidos— redujeron los recursos para ciudades como Pereira.
“Eso nos mostró cuán dependientes seguimos siendo del sector público. Este año sentimos ese vacío”, reconoce Natalia.
Sin embargo, se apresura a mencionar lo otro que brotó en medio de la crisis: el fortalecimiento de alianzas, una red de organizaciones que volvió a encontrarse, a hermanarse, a trabajar en colectivo como forma de resistencia y construcción.
El premio, entonces, cae como un mensaje: hay aciertos; vale la pena seguir.

Crear en comunidad
Quien ha trabajado con Natalia sabe que su liderazgo no es jerárquico. Ella insiste en que no se siente “representante” de nadie, pero sí reconoce que su nombre, ahora acompañado del título de Mujer Comfamiliar, abre puertas que antes no existían.
Ese estatus, asegura, lo quiere poner al servicio de la escena cultural y de las organizaciones con las que ha crecido.
“Es una oportunidad para gestionar más, para articular mejor. Comfamiliar tiene un papel muy importante en lo cultural en el departamento y qué bonito que eso pueda conectarse con procesos comunitarios de base”, dice, como quien ya está diseñando la ruta.
Lo suyo siempre ha sido creer en el poder de lo colectivo. Desde hace años, Khuyay —y muchas otras organizaciones de barrio— vienen construyendo una gestión cultural colaborativa que desafía la idea de que el sector está fragmentado.
Por el contrario, hoy perciben algo distinto: un movimiento que empieza a pensarse como red, que se organiza no solo para crear, sino para defender derechos culturales y fortalecer la vida comunitaria.
El arte como espejo
En su lectura de la ciudad, Natalia es clara: no todo puede quedar reducido al “mural bonito”. El arte urbano, para ella, tiene múltiples obligaciones: denunciar, acompañar, nombrar lo que duele y lo que se oculta, proponer otras miradas sobre el territorio.
“Seguimos siendo una ciudad donde hay problemas que no desaparecen: violencias que afectan a los jóvenes, consumo problemático de drogas, dificultades en salud mental. El arte no puede ser indiferente”, afirma con serenidad, pero también con convicción.
Por eso defiende la diversidad estética y política del muralismo. No quiere que se limite la libertad creativa de quienes pintan la ciudad ni que se institucionalice un único modelo “limpio” de expresión urbana. El arte, dice, debe ser capaz de incomodar cuando es necesario.
Si hay un concepto que atraviesa toda su reflexión es este: dignificación. Dignificar el arte como trabajo. Dignificar el derecho a crear sin someterse a intereses comerciales o clientelistas. Dignificar la experiencia del artista, que también merece remuneración justa, respeto y garantías.
Natalia lo dice con calma, pero sus palabras llevan años de lucha detrás: “Aún hay mucho por trabajar para que el sector artístico no tenga que adaptarse a lógicas que le quitan autonomía. Este premio sirve para seguir reivindicando, asociándonos, gestionando”.

Abriendo caminos
Quien la escucha entiende por qué tantas personas de la escena cultural la reconocen como referente, aunque ella evada ese lugar.
Su mirada siempre vuelve a lo colectivo, como si cada logro fuera una estación más dentro de un camino construido por muchas manos.
Quizás por eso este premio se siente tan significativo. No por la placa ni por el título, sino porque confirma algo que Natalia y su gente ya sabían: que el arte urbano ha transformado a Pereira gracias a festivales como el Pereira Querendona, o el Cimarrón –que se realiza en Santa Cecilia, corregimiento de Pueblo Rico (Risaralda); que las comunidades lo han abrazado y que detrás de cada muro pintado hay una historia de resistencia, de pedagogía y de afecto.
“Es un premio para un proceso —dice—. Para todos los que hemos pintado, gestionado, cuidado y creído que el arte de calle es una posibilidad para la ciudad”.
Natalia agradece a los demás, pero también a sí misma. Todos los que la han rodeado en su trasegar le han enriquecido el camino, como quien colecciona luces y rescata lo mejor de cada una de las personas. Por eso resume el premio como una luz, no definitiva, sino una que le permita seguir insistiendo en la potencia del arte.
“Y eso del reconocimiento se siente bien, créeme que ha sido también como una luz en el camino que sirve para seguir insistiendo y decir aquí hay aciertos”.
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