Despedir al amor de la vida es una tarea que sobrepasa el entendimiento, no por el hecho de decir adiós –una acción entre la tristeza y el agradecimiento–, si no por la certeza de tener que vivir con un vacío que nunca se llenará. 

Podría decirse que toda muerte es trágica, debido a la carga emocional de los que quedan sorteando los sentires de la ausencia y del amor que no se podrá entregar, pero también, mientras se experimenta el dolor de la muerte, llegan en cascada los recuerdos de la vida compartida. 

Como si la nostalgia hiciera caer en cuenta de la importancia de haber vivido, de haber soñado y de haber viajado por este plano. 

Al menos así lo piensa Emma Valentina Trujillo, esposa y compañera de Eduar Andrés Gómez, ambos influencers foodie del Eje Cafetero que hicieron del amor una manifestación pública de entrega y dedicación. 

La trampa del amor

Trujillo recuerda que no quería conocer a Andrés. Ambos compartían el interés por la subcultura skinhead, pero hacían parte de dos grupos opuestos. Lo que no se esperaba ella era que él buscara la forma de acercarse, utilizando amigos que le hicieran coartadas. 

Ella cayó con la inocencia del caso. Un amigo en común de Bogotá le contó que viajaba a Pereira y para evitar dividir los encuentros quería unir a todo el parche de amigos. Trujillo se negó al principio para no compartir espacio con Gómez, pero la insistencia de su amigo la convenció. 

Hasta hace poco Valentina se enteró que el plan no era del amigo en común, sino de Andrés, que venía preguntando por ella con insistencia. “Dígale que salgamos todos y dígale alguna excusa para que acepte”, le había dicho Andrés al amigo. 

“Así fue que pasó y yo ni me enteré. Me engañaron, pero para bien”, cuenta Valentina dejando escapar una sonrisa. 

Desde ese momento empezó una historia que trascendió los lenguajes comunes del amor. Confiaron en los caminos del arte y de su paladar para construir su idilio.

La música, el cine y la comida 

Al principio, en 2015, su amor se sostuvo de la música y del cine. Fanáticos del Oi! –música de la subcultura skinhead con raíces británicas – y del cine de entretenimiento, tejieron una relación viajera y pasional. 

“Cuando escuchas la letra de las canciones se habla mucho de cómo yo me levanto cada día a luchar por mi vida, por mis sueños, por mi familia y estoy orgulloso de lo que hago. A diferencia de algunas otras letras en las que básicamente se quejan y ya”.

Andrés era fanático de las películas de super héroes, especialmente de la saga Marvel. Aunque Valentina no comprendía muy bien las líneas temporales y las particularidades de cada subtrama, era feliz compartiendo con él. 

De hecho así fue como la idea de crear un blog gastronómico tomó fuerza. Después de las películas o los conciertos iban a comer. El buen ojo de ella y el buen paladar de él fue el inicio de algo que les revolucionó la vida. 

Qué deli 

“Empecé a notar cómo los blogs gastronómicos en redes sociales estaban marcando tendencia y se me ocurrió la idea de hacerlo en pareja, que quedara claro que siempre estábamos juntos. Nunca imaginé que aquello se transformaría en mi proyecto de grado y, hoy en día, en mi fuente principal de ingresos,” dice Trujillo con orgullo.

En 2017 empezaron con el emprendimiento. Más como una excusa de compartir pasiones que como una forma de ganarse la vida. Pero después de las primeras reseñas ya su vida no volvió a ser la misma. 

Varios restaurantes en Pereira empezaron a confiar en ellos y los invitaban para que fueran a conocer y a calificar sus productos. 

En 2020 Valentina se graduó de la UTP con ese proyecto. Para ese momento ya había dejado de ser un pasatiempo a un lenguaje del amor y su manera de ganarse la vida. 

Para 2022 ya vivían plenamente de lo que generaba Que deli como marca, incluso los viajes nacionales que hacían eran invitados por restaurantes para qué fueron a reseñar sus platos. 

La impronta de Andrés 

Para Valentina la energía de Andrés era el distintivo de Qué deli: la sonrisa fácil, el optimismo y la entrega, lo hacían encontrar una oportunidad en cualquier esquina.

En su vida tuvo 5 grandes pasiones. Las primeras cuatro las enumeró su esposa: Deportivo Pereira, el jiu-jitsu, Qué deli y la montaña. 

Valentina recuerda que cuando el Grande Matecaña participó de la Copa Libertadores en 2023, Andrés no dudó y viajó a ver el equipo en Ecuador. 

“Fue impresionante el amor que tuvo por el Pereira. Su grupo de amigos hace parte del parche de Monte Líbano, el barrio donde creció. Él hacía parte de esa barra y lo disfrutaba muchísimo. Incluso, en algún momento, cuando el Pereira participó en la Copa Libertadores logró viajar a Ecuador”.

Para Andrés la montaña también fue su lugar de descanso. Le gustaba subir a la Laguna del Otún a los nevados, le gustaba acampar. 

El día de su muerte sus compañeros de jiu-jitsu le hicieron un reconocimiento que Andrés anhelaba con todo su corazón: ser cinturón negro. Durante siete años se entrenó para ese logro y al final de su vida lo consiguió.

“El día de su muerte, en su lecho, le entregaron el cinturón negro de jiu-jitsu, el más alto que existe. Logró alcanzarlo tras siete años de entrenamiento, y era algo que anhelaba con todo su corazón”, cuenta Emma con la voz entrecortada.

La quinta pasión fue Emma, su esposa. Aunque ella no lo diga de manera directa, todas las pasiones que Andrés experimentó en su vida, estaban relacionadas con ella. Así ella no estuviera presente, había una parte de Emma latiendo en Eduar en cada aventura. 

“Yo respetaba mucho sus espacios. Cuando estaba en el estadio, era para que lo disfrutara con sus amigos. Cuando se iba a jiu-jitsu, era para que compartiera con su parche de entrenamiento. Cuando se iba a acampar, yo ni me aparecía porque, sinceramente, físicamente no soy capaz… pero en todos esos momentos, de alguna manera, yo también estaba ahí”.

Lo difícil de decir adiós 

Emma siempre tendrá en su corazón el recuerdo de su amor. No solo por las experiencias de vida que se internan en la memoria, sino por la trascendencia del espíritu que tuvo a su lado y con el que se casó. 

“Yo nunca había conocido a alguien tan especial, alguien a quien todo el mundo quisiera. No conozco a una sola persona que lo hubiera conocido y que no lo quisiera”.

Lo dice con la voz entre el amor y el orgullo, porque Eduar no solo fue su compañero, sino también alguien profundamente admirado por quienes lo rodeaban. 

“Tenía una alegría tan auténtica, tanto cariño por las personas, que lograba impactar la vida de todos. Infundía respeto, inspiraba. Los amigos lo querían, lo admiraban. Todo el mundo que lo conocía decía lo mismo: ‘Ese pelado tan grande, tan fuerte... wow’”.

Y todo ese amor se hizo evidente en la despedida. Emma lo recuerda con emoción: “El día del velorio y de la cremación fue impresionante. No cabían las personas, no cabían las flores. Le hicieron varios homenajes. Estuvieron presentes los chicos del Pereira, los de la academia, todos sus amigos y su familia. Lo despedimos cantando, saltando, con bengalas... como a él le hubiera gustado. Hicimos que sintiera cuánto lo amamos”.

Luna de miel 

Antes de que Eduar muriera por un cáncer que lo acompañó sus últimos meses, Emma y él se dieron su luna de miel. 

Ambos sabían que Andrés tenía un pronóstico devastador que lo acechaba y bajo el riesgo de una muerte en el avión o en Europa, decidieron abrazar sus pasiones y volar varias horas para seguir amándose desde la comida, los viajes y la valentía. 

Durante 38 días ambos materializaron su sueño de comer paella en España, croissant en Francia y Pizza en Nápoles. 

Ante la certeza de la muerte, ellos decidieron ser felices. 

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