
Fotos | Archivo | LA PATRIA
Andrés Calamaro, segundo de izquierda a derecha, conversó sobre las faenas. Se disfrutó la tarde en la Plaza de Toros de Manizales.
Felipe Motoa Franco
PREGONERO | Manizales
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros...
Federico García Lorca
Su poncho tiene el color de la crema, y sobre la crema, la bandera de Colombia. En el pecho, ese que baja las estrellas cuando deja salir su voz cantante, pañoleta negra de calaveras púrpura. Su apellido suena como traído de la mar: Calamaro. El nombre certifica que es terreno: Andrés. Se presentó en el callejón y vino a ver los toros.
El jueves fue un aperitivo. Parló, largo y tendido, al calor de sendos habanos, con su amigo gitano: José Antonio Morante de La Puebla. Ese día se tapó la cabeza con sombrero, y al sombrero lo tapó el agua que cayó del cielo. Chubasco aguafiestas.
Pero el viernes es festivo: aquí y en Buenos Aires, en España o México, taurinos. De ahí que traiga poncho, mucho más visible que un pañuelo, si a pedir orejas ha venido. Son las 8:00 en el firmamento de luna despejada. Nuestra Señora de la Esperanza Macarena ingresa a la arena, y tras ella, guardaespaldas matadores. El banquete está servido:
- Me había prometido venir a Manizales, como me prometí ir a Aguascalientes (México), que es una ciudad torera, para encontrarme con José Antonio, mi amigo; y saludar a Julián (El Juli) y a José Mari (Manzanares).
Noche
Cirio, candil,
farol y luciérnaga.
La constelación
de la saeta.
García Lorca
En el burladero de matadores, armado con su propio estoque: cámara fotográfica. Gafas de aumento le cubren los ojos. Pepe Manrique va a lo suyo, se para en el ruedo, media vuelta, se retira el sombrero cordobés y con él entre los dedos, ofrece la faena al visitante. Andrecito baja a la arena, acompasado con la rima de las palmas y se estrecha en un abrazo con el colombiano. Saludo a los tendidos: "Inolvidable, es una cosa que voy a recordar toda mi vida". Una oreja.
De segundo, el amigo: Morante a la verdad y Calamaro al registro. Se baja al callejón y contra las tablas captura la hipnosis que hace el sevillano, empuñando la muleta: chic, chic, chic, repica el aparato Canon. Andrés se levanta las gafas con esta mano, y con aquella repara en el visor de su juguete. Parece convencido.
Viene El Juli y el rockero apunta, calibra, dispara embelesado con las suertes poderosas del español, a quien por poco el animal le revienta el pecho contra el suelo. Inmejorables fotos. Otra oreja. Estatuarias de Castella y el argentino charla con Morante. Asiente con movimiento de cabeza. Agradece con sus palmas lo que hace el francés, de negro, a la usanza de Gardel, ascendente de Calamaro. Dos orejas.
Hora de un bocadillo, mmmmmmm, rico. Otro. Pasa con uno, dos tragos en copa de aluminio. Se revuelve el pelo hirsuto, crespo y abundante. A la espera de Manzanares, que entra despacio y garboso. La estocada casi perfecta. Una oreja.
Fumando tabaco en el burladero. Así se le vio a Calamaro en la Plaza de Toros.
El toro
Llegó a la orilla el más antiguo toro
a la orilla del tiempo, del océano.
Cerró los ojos, lo cubrió la hierba.
Respiró toda la distancia verde.
Y lo demás lo construyó el silencio.
Pablo Neruda, cantado por Calamaro.
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Volvió a su casa Santiago Naranjo, matador. Lo hizo de la mano de Juglar, que pareció trovar y embistió con bravura para que el joven manizaleño le hiciera de todo. No más faltó irse a dormir con el astado. "Oooole, ooooole, ¡ooooooole!", cantó el gaucho, y el público extasiado, en el clímax. Sombreros y pañuelos exigen indulto, silbidos refuerzan la petición. Andrés enarbola y agita el poncho crema, colombiano: "¡Indulto, indulto, indulto!". Concedido. "El triunfo del torero de Manizales, para Manizales".
De colofón, el maestro de la doma y el rejoneo: Pablo Hermoso de Mendoza. Grande en sus jacas, un centauro. Dos orejas, ovación y palmas. Risas de Andrecito que canta al son de los tendidos.
En verdad son carcajadas, sí, carcajadas del monstruo argentino:
- No me esperaba esto. Sabía que el festival iba a ser bonito, con la Virgen Macarena y las velas, pero no se puede pedir más: es la noche perfecta.
- ¿Y es consciente del bien que hace su visita a la fiesta brava?
- Estoy muy honrado. Todo el bien me lo hace la Fiesta Brava a mí que aprendo a percibir, ver y luego a sentir todo este bello arte. Yo soy el agradecido.
Andrés Calamaro lleva tatuado en su brazo derecho un toro.
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