Héctor Patiño Correa.

Con el alma apretada por el dolor, pero con el corazón lleno de gratitud, nos reunimos para despedir a un hombre que no solo caminó los senderos de la arriería, sino que los marcó con su historia, su esfuerzo y su amor inquebrantable por este oficio que fue su vida.

Héctor Patiño, nuestro querido “Tominejo”, no fue solo un arriero más; fue el caporal de los arrieros, un maestro de la vieja escuela, un hombre recio como los caminos de herradura que recorrió, pero noble y generoso como las mulas que tanto amó.

Sus huellas no se borrarán con el tiempo ni con la lluvia que a veces azota los caminos, porque dejó en cada uno de nosotros una enseñanza, un recuerdo, una anécdota que nunca morirá. Nos enseñó que ser arriero es más que un trabajo: es un legado, una pasión, una forma de vivir y de sentir el mundo.

Hoy nos embarga un profundo pesar porque sabemos que se ha ido un grande, pero también sabemos que su espíritu seguirá guiando a cada arriero que transite los caminos. Sus historias de trochas y montañas seguirán vivas en cada uno de los que tuvimos el honor de compartir con él, porque hay hombres que nunca mueren, solo cambian de sendero.

A su familia, les decimos que no están solos en este dolor. Toda la hermandad arriera se une en su tristeza y en su duelo, con la certeza de que “Tominejo” vive en cada uno de nosotros, en cada paso que damos en la arriería, en cada rebuzne de una mula que recorre los caminos que él tanto amó.

Hoy, con lágrimas en los ojos, pero con respeto y admiración en el alma, le decimos adiós a nuestro caporal, a nuestro amigo, a nuestro hermano de caminos. Que el viento le lleve nuestro último saludo y que las montañas lo abracen en su eterno descanso.

Descansa en paz, Héctor Patiño, “Tominejo”. Tu legado nunca morirá.

Elkin Castillo

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