Fotos | Cortesía Beatriz Gómez | Papel Salmón/LA PATRIA Durante su trayectoria en la Arquidiócesis de Manizales, el Padre Gonzalo Sánchez fue profesor en el Seminario Menor, formador en el Seminario Mayor, Párroco de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y Vicario Parroquial en la Inmaculada Concepción.

Fotos | Cortesía Beatriz Gómez | Papel Salmón/LA PATRIA Durante su trayectoria en la Arquidiócesis de Manizales, el Padre Gonzalo Sánchez fue profesor en el Seminario Menor, formador en el Seminario Mayor, Párroco de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y Vicario Parroquial en la Inmaculada Concepción.

Autor

Jaime Pinzón Medina*
Papel Salmón


Nació un día de la Santa Cruz, 3 de mayo de 1939, en Amalfi, Antioquia, pueblo muy bien trazado y que se asienta “sobre un pan de oro” (palabras suyas para referirse a la colina en cuyas entrañas abunda el mineral calificado como “el rey de los metales”).

Hijo de don Abrahán Sánchez y de doña María Zuleta, matrimonio cristianísimo, progenitores de trece hijos.

En mi librito Canas y Arrugas anoté varias de sus interesantes anécdotas. Ahora, en el presente escrito, trataré de completarlas.

 

El Colegio de Nuestra Señora y Manizales

Y empiezo por decir que emigró a esta ciudad para cursar el bachillerato en el plantel de la entonces diócesis y actualmente arquidiócesis.

Se graduó con las más altas calificaciones y el título de “El rey de los feos”, obtenido en un concurso auspiciado por el periódico manuscrito -un pasquín- que redactaban y editaban los estudiantes del último año de bachillerato.

Siempre consideró que esta ciudad es “el mejor vividero del mundo”, apreciación que dejó oír a plena voz cuando, en compañía del suscrito, el automóvil en el que viajaba subió al Alto del Perro y a la avenida Santander. Regresábamos, ese domingo de Resurrección, de la parroquia de Pensilvania, donde los dos habíamos colaborado en la Semana Santa de 1982.

Padre Gonzalo Sánchez Zuleta.

 

Semana Mayor en la Perla del Oriente

Durante la entera hebdómada (=semana) el joven vicario cooperador, Bernardo Quintero Gutiérrez, llevó la batuta porque el párroco, el padre Bernardo Naranjo Giraldo, hubo de permanecer en cama en el hospital de la localidad. Ayudamos en el ajetreo pastoral el entonces presbítero y luego obispo Rodrigo Escobar Aristizábal, pensilvense; el padre Gonzalo y este servidor, y un seminarista bogotano pero bastante amanizaleñado que respondía al nombre de José Miguel Gómez Rodríguez.

Entro en esos detalles simplemente para registrar que entre los cinco apóstoles dábamos buena cuenta, diariamente, de una torta amasada y horneada en la casa cural. Y para agregar que el Sábado Santo, habiendo ya confesado en los días precedentes a todo bicho viviente del caso urbano y de las veredas, abordamos el campero de la parroquia y nos fuimos a conocer a San Daniel, corregimiento de Pensilvania.

Al llegar nos dirigimos enseguida al camposanto, lugar sagrado donde el padre Gonzalo rezó un responso por las benditas ánimas del Purgatorio, por los muertos, difuntos o finados “cuyos restos yacen aquí”. Esto que hizo el padre me marcó hasta el punto de que cuando paso por un cementerio o entro en él, rezo el mismo responso que en aquella oportunidad recitó el padre Gonzalo.

 

Doña Inés y ¿Para qué los libros?

Doña Inés Sánchez de Gómez, hermana mayor de Gonzalo, fungió en la práctica como su mamá desde que llegó casi niño a Manizales y hasta el fallecimiento, muy sentido, de tan singular matrona. Lo cuidaba como a uno más de sus diez hijos.

Doña Inés cantaba muy bonito y ejecutaba bien la guitarra. El padre Gonzalo no sólo poseía y leía libros: él mismo era un libro abierto y una biblioteca ambulante. Su apartamento en el Seminario Mayor estaba “tuquio” de volúmenes: en la estantería de las paredes del estudio, sobre el escritorio y encima de los asientos, en la alcoba, sobre el nochero y hasta en el “restroom”. ¡Mantenía libros hasta en el “cuartico”!

Pues bien, doña Inés, en reuniones familiares o sociales, se  acompañaba de la guitarra y cantaba Para qué los libros, una canción muy hermosa y sentida. Ella se la dedicaba a su hermano para insistirle en leer menos y dedicar más tiempo a otras actividades y cosas. Pensaba, sin duda, en aquello que don Miguel de Una-Mano narra en el capítulo primero del Quijote, que “del mucho leer y del poco dormir se le secó el cerebro, de modo que vino a volverse loco”.

 

Don Quijote y compañía

En su apartamento del Seminario tenía el padre cantidad de figuritas de bulto del Caballero de la Triste Figura, amén de algunas pinturas que representaban al Caballero de los Leones (el mismo Alonso Quijano el Bueno), de varias ediciones de la inmortal novela cervantina, y de un cuadro a todo color aunque un tanto desteñido, del maestro Enrique Grau, que muestra a nuestro Señor Jesucristo, a Don Quijote y al general Simón Bolívar, obra pictórica cuyo título es Los tres majaderos, expresión que el propio Libertador acuñó para referirse a sí mismo y a sus dos adláteres, el de La Mancha y el de Nazaret.

 

El intelectual amigo de académicos

Fue un académico de racamandaca y un intelectual de alto turmequé. Cuando la Televisora Nacional presentaba el programa semanal “Veinte mil pesos por sus respuestas” bajo la dirección del profesor Antonio Panesso Robledo, el padre concursó sobre el Precursor de la Independencia, el prócer Don Antonio Nariño y Álvarez del Cajal.

Por descontado que ganó. Y se abrió el concurso sobre Bolívar. El padre se preparó concienzudamente pero los directores del programa, con Panglós a la cabeza, le manifestaron que no podían aceptarlo porque de seguro se llevaría otros veinte mil pesos.

El padre Gonzalo abrigaba la convicción de que la reina Isabel Primera de Castilla, Isabel la Católica, la que apoyó eficazmente la empresa del descubrimiento de América y defendió con vigor a sus súbditos, los indios del Nuevo Mundo, es la mujer más importante que han visto los siglos, el personaje femenino más notable de la historia universal, después de la Virgen María. Un libro valiosísimo, salido de la mente y de la pluma de autorizado historiador español, libro que el padre guardaba en su biblioteca, así lo confirma. Otra obra que me atraía, del depósito de libros gonzalino, es La España musulmana.

En esa rica biblioteca, que pasó a ocupar el sótano de la Casa Sulpiciana de Bogotá, se destacan por su valor dos volúmenes escritos por su amigo y profesor de la Facultad de Historia Eclesiástica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el jesuita español Ricardo García Villoslada: el primero, sobre Lutero, libro de dos tomos: I El fraile hambriento de Dios, II En lucha contra Roma; y el segundo, sobre San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, la ínclita. El padre Gonzalo los consideraba los mejores estudios publicados acerca de esos gigantes de la Iglesia y de la humanidad.

Se hizo amigo también de su profesora de Arqueología y Paleografía Margherita Guarducci, la investigadora italiana que dirigió las excavaciones que condujeron al hallazgo de las reliquias del Apóstol San Pedro, que reposaban sepultadas debajo del altar mayor, el llamado altar de la Confesión, en la basílica vaticana.

El padre Gonzalo Sánchez Zuleta en compañía de su hermana Inés Sánchez de Gómez.

 

Amistades cercanas

Otros amigos, ciertamente más cercanos pues vivían o viven en esta ciudad, son los siguientes. Hago la lista cum timore et tremore porque puedo pretermitir sin mala intención a alguno o a algunos.

En el clero, el canónigo manizaleño monseñor Fabio Sánchez Cardona, escritor y poeta; el padre Huberto Restrepo López, sulpiciano, natural de Villa Rica de Segovia (la actual Marsella), latinista y conocedor del Griego, autor del libro La religión de la antigua Antioquia, investigación sobre los escritos de Tomás Carrasquilla; el padre Camilo Arbeláez Guzmán, q.e.p.d., de Santa Rosa de Cabal, el hombre más inquieto intelectualmente que he conocido en los casi ochenta años de mi vida; el padre Leopoldo Peláez Arbeláez, conocido por sus ejecutorias sobradas de méritos; y el padre Óscar González Villa, que de Dios goce, su alumno desde el Seminario Menor, compañero mío de estudios, ordenación y ministerio, gran escriturista, esto es, biblista, de quien se burlaba afectuosamente el padre Gonzalo al incluirlo en el grupo de “los bíblicos”.

Fuera del presbiterio arquidiocesano, el doctor Ernesto Gutiérrez Arango y el señor Jorge Eduardo Vélez Arango, fallecidos; el doctor Carlos Arboleda González, alumno ocasional del padre, a quien le insistió que escribiera y publicara y que él, Carlos, se ofrecía para acolitarle en esa empresa que el padre no se animó a acometer; y mi tía Maruja Pinzón de Gómez.

 

Tras el arte de Cúchares

De su amistad con el doctor Ernesto, con su hijo el doctor Miguel Gutiérrez y con su nieto Marcelo se supo de una tienta de vaquillas en el redondel del cortijo La Florida, donde y cuando, al calor de unos tragos de espirituosa bebida, alguien padeció en su humanidad la revolcada que le propinó una ternera de raza brava. No supe con seguridad si el aporreado fue el padre o si fue su sobrino político, a la sazón, presbítero de San Sulpicio, el francocanadiense Laurent Champagne.

 

Espiritualidad petrina

La espiritualidad personal del padre Gonzalo se caracterizó, entre otras notas de máximo valor, por la devoción al apóstol San Pedro, Piedra o Roca de la Iglesia.

Predicó y dirigió  ejercicios espirituales con base en un libro sobre “el corifeo de los Apóstoles” que él apreciaba de modo particular; periódicamente daba conferencias, retiros cortos y pláticas, oportunidades en las que presentaba la figura del Príncipe de los Apóstoles; y cada año, con ocasión de la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro, al padre se le cedía la presidencia de la sinaxis eucarística, la santa misa de la comunidad del Seminario Mayor Arquidiocesano para que predicara sobre ese santo tan humano.

Recuerdo que en una conferencia que dictó en el Seminario expuso los orígenes de la festividad y adujo una prueba documental, porque explicó que en un libro litúrgico antiguo se halló la inscripción Natale Petri de Cathedra=Natalicio, aniversario o conmemoración de la Cátedra de Pedro.

 

Formador de pastores

Esa espiritualidad cristiana y católica que lo caracterizaba se la inculcaba a sus alumnos, a otros profesores y a la gente en general. Particularmente, a los seminaristas perezosos para el estudio, a los cuales les leía con voz de trueno el versículo 6 del capítulo 4 de la profecía de Oseas: “(…) Por haber rechazado el conocimiento, te rechazaré del sacerdocio (…)”.

Y esa enseñanza tan alta y pura, no sólo la del profeta Oseas sino toda la doctrina de la fe, la impartía con método. En cierta oportunidad se discutía sobre pedagogía y didáctica aplicadas en los Seminarios; al preguntársele sobre cuál era su método pedagógico y didáctico, contestó apodícticamente: ¡Claridad y Entusiasmo!

 

Detalle no pequeño de admiración y gratitud

Uno de los libros que publicó es el intitulado La fundación de Manizales y otros escritos. Hace parte de la colección Biblioteca de Escritores Caldenses, fue editado en 1988 por la Imprenta Departamental de Caldas, trae en la contracarátula una breve reseña suya, y su dedicatoria reza así: “Al Rvdo. Padre Marcos Ouellet, s.s., Rector del Seminario Mayor de Manizales, homenaje de fraternal gratitud. El autor”

*Presbítero

 

Un libro abierto

El padre Gonzalo no sólo poseía y leía libros: él mismo era un libro abierto y una biblioteca ambulante. Su apartamento en el Seminario Mayor estaba “tuquio” de volúmenes.

El padre Gonzalo Sánchez fue autor de algunos escritos en francés y español, como Bartolomé de las Casas en Colombia y Vida y pensamiento del Arzobispo Mosquera.


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