EFE | LA PATRIA | BOJAYÁ
Los 99 féretros de las víctimas de la masacre perpetrada el 2 de mayo de 2002 cuando las Farc lanzó un cilindro bomba contra las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y el explosivo cayó en la iglesia donde se había refugiado parte del pueblo fueron sepultados en un mausoleo construido en los últimos meses en Bellavista, cabecera municipal del municipio chocoano.
Los sepulcros, 49 de color café con restos de adultos y 50 blancos de niños, estaban marcados con el nombre de cada víctima y su fecha de nacimiento y en algunos de ellos los familiares escribieron un mensaje y pusieron una fotografía del fallecido.
Uno de ellos es el de Sonia del Carmen Hinestroza, nacida el 10 de febrero de 1955 y recordada por sus hijos como "un ejemplo a seguir".
En el entierro, que ocupó durante horas a cuatro sepultureros y miembros de la Fiscalía, los habitantes de Bojayá estuvieron acompañados por la Unidad para las Víctimas y por la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, mientras las cantaoras del pueblo rogaban: "Señores de grupos armados, no más repetición".
Domingo Chalá Valencia, sepulturero del pueblo, que con 70 años ya perdió la cuenta de cuántas veces vio la muerte en Bojayá, recordó ayer que tras la firma del acuerdo de paz de noviembre del 2016 las Farc pidieron perdón en dos ocasiones a la comunidad, pero lamentó que ningún otro actor armado lo haya hecho.
Durante los días de duelo los líderes comunitarios, la Iglesia católica y organizaciones sociales denunciaron que el espacio que dejaron las Auc y las Farc es ocupado ahora por el Clan del Golfo, la principal banda criminal surgida del paramilitarismo, y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln), por lo que temen que ocurra una nueva masacre en Bojayá.
En ese sentido, Chalá recordó que el 2 de mayo del 2002 la situación era muy similar a la de hoy y que cuando todo parecía estar en calma la gente quedó atrapada en el fuego cruzado, como teme que vuelva a ocurrir.
"Guerra advertida no mata a soldado, no puedo decirle a un paramilitar: 'no me pise aquí' porque me estoy comprometiendo, entonces ellos me tildan de guerrillero. Esa es la situación que hay aquí, que uno tiene que esperar el sufrimiento", lamentó resignado.
El entierro definitivo de las víctimas, identificadas después de 17 años en fosas comunes, también avivó el recuerdo de la masacre que ocurrió en un lugar hoy abandonado y que la población conoce como Bellavista Viejo.
Durante la eucaristía de ayer, el padre Antún Ramos, de los que sobrevivió a la masacre, afirmó: "Si descansan los muertos también descansaremos los vivos".
Eso lo tiene claro Chalá, que aún guarda el recuerdo de ese día cuando tuvo que meterse a la iglesia, según dice, entre unos 800 guerrilleros que todavía estaban en la zona, para ayudar a sacar los cadáveres, algo que lo llevaría a convertirse en sepulturero del pueblo.
"Me acabaron de convencer de que merecía ser el sepulturero, porque lo que hacía no lo hace todo el mundo. Hay personas que le tienen mucho asco al muerto, que creen que el muerto después de que se muere va a asustar. No soy así", apostilló.
El 11 de noviembre los habitantes de Bojayá recibieron los restos tras años de insistencia al Estado para que identificara a los fallecidos.
En mayo del 2017, la Fiscalía los exhumó para identificarlos con la ayuda del Instituto de Medicina Legal, proceso que finalizó cuatro meses después.
Es por eso que a lo largo de esta semana Bojayá vivió un duelo que estuvo aplazado durante 17 años y para ello apeló a sus rituales tradicionales, tanto en los actos públicos como en los privados en los que los familiares tuvieron los momentos de intimidad que esperaron durante tanto tiempo.
A partir de hoy comenzará el novenario de despedida y durante esos días serán sembrados 100 árboles en representación de cada víctima para que puedan descansar en paz.
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