Foto / EFE / LA PATRIA  La familia de Javier espera que en los próximos meses alguien se les acerque para decirles que sí, que esa toma de sangre que han dejado parece que coincide con algún cuerpo o resto que Medicina Legal tiene resguardado. Que por fin podrán enterrar a su familiar y llorarlo como merecen.

Foto / EFE / LA PATRIA 
La familia de Javier espera que en los próximos meses alguien se les acerque para decirles que sí, que esa toma de sangre que han dejado parece que coincide con algún cuerpo o resto que Medicina Legal tiene resguardado. Que por fin podrán enterrar a su familiar y llorarlo como merecen.

Autor

Irene Escudero
EFE / LA PATRIA / BOGOTÁ
Javier Rey Moreno hubiera cumplido este mes 56 años y a su madre, doña Berta, que lleva 24 buscándolo, le ha vuelto la esperanza de golpe movida por el anhelo de que, al tomarle muestras de ADN, coincidan con algo en la base de datos de desaparecidos en Colombia y les puedan dar alguna pista que reactive su búsqueda.
“¿Cuánto tardarán los resultados?”, pregunta impaciente esta señora mayor, que mientras le explican a ella y a don Pablo cómo funciona el proceso, se levanta de la silla apoyada en el bastón y se vuelve a sentar intentando acallar un mal en su cadera producto de la edad.
Después de muchas preguntas sobre su hijo, que ayudan a los forenses de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas (UBPD) a llenar los huecos alrededor de la desaparición y características físicas de la persona, a doña Berta y a don Pablo les extraen unas muestras de sangre para enviarlas a Medicina Legal, la institución que gestiona esta vasta base de datos y hacer la identificación final.

Nadie está preparado
“Fotografías, registros civiles, partidas de bautismo, historias clínicas... todo lo que tengan nos servirá en la búsqueda”, les dice la forense, pero la madre contesta avergonzada: “Nosotros tenemos solo una foto de él, imagino que se lo llevaron con todos sus papeles”.
“Nadie está preparado para la desaparición de un ser querido, nadie lo tiene todo preparado. No queremos que se sientan angustiados porque no tengan papeles”, les tranquiliza la forense de la UBPD, que intenta, con estas tomas de muestras, empezar a llenar los vacíos del gigantesco banco de ADN que puede ayudar a identificar a los 104.602 desaparecidos que hay en Colombia.
Javier era zurdo, medía unos 160 o 170 centímetros y se lo llevaron con 21 años. Son datos clave para encontrar coincidencias en la base de perfiles genéticos de los 6.997 cuerpos que yacen en los laboratorios de Medicina Legal sin identificación.

O también por si hay coincidencias con los que cada día se siguen extrayendo de cementerios, fosas comunes o zanjas, en la acción deliberada que hubo en este país por hacer desaparecer a personas.
“Se fue y no sabemos de él (...) de todas maneras desaparecerse es terrible”, dice doña Berta a bocajarro con un temple que oculta parte del dolor que lleva por dentro. “Yo asumo ya que él falleció, que lo mataron, pero lo que no sabemos es dónde quedó”, afirma y ahora a su edad, solo quiere que le “colaboren y entreguen los huesitos”, ese será su gran consuelo.

Las Farc, detrás de la suerte de Javier
Berta, Pablo y Javier vivían en un pueblo del páramo del Sumapaz, una zona que las antiguas Farc usaban de corredor hacia Bogotá, por lo que la madre cree que se lo llevó la guerrilla, pero es consciente de que nunca lo va a acabar de saber. Es un tema del que siguen sin hablar por miedo.

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