Hace 10 años, un estudiante fue apartado de la institución educativa por no encajar en sus políticas perfeccionistas, facilistas y excluyentes. Quedó a la deriva. Su solicitud de reingreso fue negada de manera unánime por el consejo académico y la comisión de disciplina. Viajó a otra ciudad en busca de oportunidades, pero la orfandad y la falta de afecto lo empujaron hacia una vida fácil y desordenada que pronto lo convirtió en un habitante de la calle. Más tarde, una disputa motivada por celos infundados lo llevó a cometer un homicidio. Su arma blanca quedó incrustada en el pecho del rival. Pasó ocho años de terror en la prisión, acosado por la persecución implacable de quienes se oponían a su decidido intento de rehabilitarse.
Hoy, la espigada y escuálida figura de este joven de 28 años refleja las huellas del abandono y la desnutrición. Deambula por las calles de la ciudad, tratando de sobrevivir con la venta de golosinas.
De repente vio a su maestro. Sus pupilas se dilataron y brillaron, y una tímida y simpática sonrisa resplandeció en su golpeado rostro. Con voz entrecortada dejó escapar un lamento: “¿Por qué no lo escuche?”. Entonces narró su pesada historia. Tras el llanto, el maestro le donó lo que faltaba para la cuota del día, y el abrazo y las palabras de agradecimiento fueron inmediatos.
Vivimos en un mundo de acciones retorcidas en el que los niños y adolescentes permanecen en riesgo, y la escuela, en muchos casos, se hace sorda a su llamado de abrigo. Las autoridades educativas, obsesionadas por obtener excelentes resultados en las pruebas externas para figurar en el ranking de las mejores instituciones, optan por dejar a su suerte los estudiantes incómodos en lugar de transformarlos. Ese error produce graves daños colaterales que debilitan el tejido social.
A ello se suma una realidad demográfica: el control de la natalidad. Sin relevo generacional, la población se hace vieja. La escuela, en un futuro cercano, podría quedarse sin estudiantes; los docentes saldrán a buscarlos en las calles para completar los cupos, y aquella estrategia excluyente del pasado, tarde o temprano, desaparecerá.
Orlando Salgado Ramírez
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