Carta a Adriana Villegas Botero
En calidad de mujer, testigo directo y lo que es más importante, beneficiaria de la generosidad y devoción con que el soldado entrega 24 horas del día y siete días de la semana su vida para salvaguardar la nuestra, quiero elevar mi más sentida discrepancia con la viralización que se le ha dado a la columna de opinión de la señora periodista Adriana Villegas Botero, a quien si bien es cierto no conozco personalmente, también lo es y mucho que no representa mi sentir frente al significado que le dio a los supuestos cantos entonados por soldados del Batallón Ayacucho y lo digo, porque tengo entendido que la veracidad de estos audios es materia de investigación y hasta tanto no haya un pronunciamiento oficial al respecto, cualquier apreciación es especulativa y por demás en este caso, una forma de mancillar el honor de los soldados de La Patria cuyos ejercicios de entrenamiento no deberían ser sujetos de reproches mediáticos que en nada contribuyen al engrandecimiento de la patria, como en cambio sí lo ha hecho el Ejército Nacional a través de la historia con sus conquistas, entre ellas, el pasado reciente del Departamento de Caldas en el alto occidente, y oriente, cuyos caminos, montañas e incluso sus zonas urbanas estaban plagadas de subversión y toda clase de maldad a su paso, pasos que una vez se sentían cerca, eran sinónimo de terror, muerte y desolación, en tal virtud le pregunto señora periodista: cuando Usted supuestamente escuchó esos cantos y se sintió tan amenazada, indignada e inconforme ¿qué pasó minutos u horas después?, nada, ¿cierto? Usted continuó segura en la comodidad de su techo y lecho. Yo no, a diferencia de Usted, cada vez que se acercaban los pasos despiadados del guerrillero y narcoterrorista, me sumía en la tristeza y el miedo de lo que pudiera pasar y así fue, un día cuando aún era joven la tarde y el padre de mi hija le servía a la patria en el Oriente de este hermoso departamento, se escuchó una ráfaga y con ella terminó la vida de un padre, hijo, esposo, hermano, compañero y amigo, terminaron mis sueños como mujer y desde entonces llevo 13 años, cinco meses y veinticinco días tratando de explicarle a mi hija que el único delito de su padre fue entregar lo mejor de su vida al servicio de la patria, de todos y cada uno de los colombianos, entre los que se encuentran millones y millones de seres humanos buenos, otros que no lo son tanto y algunos que como Usted ven la oscuridad de la noche y no la majestuosidad de la luna y las estrellas.
Por eso, de la manera más respetuosa la invito a que conozca de primera mano al soldado, estreche su mano y lo escuche en franca lid, ellos tienen mamá, hermanas, esposas e hijas, ellos saben cuánto vale una mujer porque llegaron a través de una de ellas y para prolongar su existencia necesitaron de otra y vaya que sí son mujeres a toda prueba, la primera por entregar a su hijo sin saber si regresará o no, y la segunda porque hay que ser demasiado mujer para enfrentarse al mundo y sacar adelante unos hijos mientras su esposo lucha por la tranquilidad de todos a costa del valor de su presencia en el hogar, como ve señora Periodista, esos cantos que a Usted tanto la indignaron no corresponden a la esencia del soldado, ser soldado es mucho más que un canto, ser soldado es levantarse cada día a servir y servir para morir, porque de rodillas sólo ante Dios.
Usted y yo tenemos algo en común, somos madres, desconozco las condiciones de su maternidad, las mías, son ser madre por naturaleza y padre por necesidad, porque la bestialidad de una mujer llamada Karina me obligó a ejercer la honrosa labor de padre. Ahora sí, mi pregunta final, ¿esos cantos también mancillaron el honor de esa mujer?, ¿representa Usted también los intereses de esa mujer? Porque recuerde: Ella también es mujer y madre, usted es mujer y madre, yo soy mujer, madre y padre, y por este último honor no he perdido mi condición de inquebrantable mujer, todo lo contrario, cada día tengo un motivo más para ser una mujer a pesar de todo y todos, por eso le pido, no se tome la vocería de la mujer manizaleña, ahí está mi hija y Usted no la representa, la estoy educando sin rencores y lo que es más importante sin que se dé el derecho de juzgar, que por nadie le ha sido otorgado. Ella es hija orgullosa de un soldado de la patria, que murió por la pacificación de Caldas. Ella, a diferencia de Usted, reclama por la memoria de su padre, porque no se mancille su honor y se riegue su laurel, con su ejemplo.
Cordial y respetuoso saludo,
Erika Berenice Bañol Trejos
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